"La moral y las buenas costumbres son virtudes del hombre cabal una estatua perfecta le encubre por si acaso olvidó su verdad"
-Alejandro Filio-
Hoy retomamos nuestra sección Adarme divulgación, en esta oportunidad escogimos un ensayo extraído del libro Los próximos cincuenta años. El artículo fue escrito por Paul Bloom, quien es profesor de psicología de la Universidad da Yale, experto en lenguaje y desarrollo, goza de reconocimiento internacional. Junto con Steven Pinker es coautor de uno de los textos seminales en este campo. Saludos
HACIA UNA TEORÍA DEL DESARROLLO MORAL

La psicología perseguía erigirse, intencionada y conscientemente, en una ciencia autónoma. Uno de los resultados de dicho intento vino dado por la rama del conductismo, la corriente dominante de la psicología estadounidense del siglo XX. El conductismo, tras rechazar la noción jamesiana de la psicología como <
Todo este panorama está cambiando, sobre todo porque ha aumentado la interacción con otras disciplinas. No es fruto de la casualidad que algunas de las ideas más influyentes en el ámbito de la psicología provengan de fuera, de filósofos como Daniel Dennett y Jerry Fodor, de teóricos evolucionistas como William Hamilton y Robert Trivers, de economistas, antropólogos y lingüistas. No cabe duda de que uno de los eruditos más influyentes en el terreno de la psicología ha sido el lingüista Noam Chomsky, cuya acometida contra un libro de B.F. Skinner titulado Comportamiento verbal constituyó, en 1959, un golpe decisivo para la corriente conductista. La conexión interdisciplinar con la biología evolutiva goza de particular interés. En los últimos años, se ha producido una creciente aceptación de la idea darwiniana que el cerebro, como cualquier otro órgano biológico, ha sufrido una evolución paralela al proceso de selección

Asimismo, nosotros queremos conocer la respuesta a ciertos asuntos específicos: ¿una azotaina es mala para los niños? ¿Cuáles son los efectos de los videojuegos o las películas violentas? ¿Es mejor que a un niño lo eduquen ambos progenitores que sólo uno? ¿Cómo afectan los cuidados diarios al temperamento de los niños y a su empatía? A pesar de los que ustedes lean en reportajes de prensa o vean informativos de televisión, no conocemos las respuestas a esas preguntas. Disponemos de conjeturas hechas con cierta base, pero en líneas generales sabemos que los niños criados por padres y madres buenos tienen una mayor tendencia a ser personas buenas que los criados por madres y padre malos. No tiene excesiva importancia la manera en que midamos estos rangos, si ser “malo” es aplicable a padres con conducta abusiva, que padecen alcoholismo o esquizofrenia, o tal vez a aquellos que apenas asisten a las reuniones de la asociación de padres de alumnos del colegio de sus hijos; la cuestión radica en que los pecados de los padres suelen aparecer también en los hijos. No obstante no sabemos por. Qué. Quizás el fenómeno se deba a los efectos de la propia crianza de los hijos: ser criado por adultos agresivos puede hacer que un niño sea más agresivo, por ejemplo. O puede que ese rasgo se transmita genéticamente. De manera que la relación entre la agresividad del padre y la del hijo existiría incluso aunque nunca se hubiera conocido. Podría también ser un efecto del niño sobre su padre: un niño agresivo puede provocar el enfado y la violencia en los adultos que lo cuidan. Existen otras posibilidades, y sin lugar a dudas puede haber una interacción compleja entre ellas.
Mientras escribo el presente ensayo, se ha publicado una monografía que informa de un estudio realizado a gran escala sobre los efectos de la televisión causa en 570 adolescentes. Sus hábitos como tele espectadores se registran a la edad de cinco años y, diez años después, se analizaron sus notas escolares, su agresividad, su consumo de cigarrillos e indicadores similares. Los niños que en edad preescolar veían muchos programas educativos tendían, ya en la adolescencia, a obtener mejor calificaciones, a fumar menos y a actuar con menos agresividad que aquellos que veía programación de carácter violento en edad preescolar. Este informe desborda de implicaciones políticas que coinciden en buena medida con el sentido común: los programas de contenidos educativos son beneficiosos, mientras que lo de contenido violento son nocivos, así que en televisión debería haber más de los primeros y menos de los segundos. Sin embargo, en el apartado donde se discute dicho informe se encuentra semioculto el reconocimiento por parte de los autores de que existe otra explicación posible para sus hallazgos. A fin de cuentas, ya sabemos, que algunos quinceañeros son más proclives a la agresividad que otros; algunos son tímidos, algunos adoran a los animales, otros los deportes, etcétera. Los niños del estudio escogieron aquellos programas de televisión que querían ver, de modo que es de suponer que los más inclinados a la lectura, los dotados de un mayor compromiso intelectual, preferían ver Barrio Sésamo, mientras que los niños más agresivos tendían a ver programas de contenido violento. Si así fuera, lo único que este estudio vendría a demostrar es que los niños agresivos en edad preescolar tienen tendencia a convertirse en adolescentes violentos, mientras que los niños inclinados a la lectura tienden a ser adolescentes que gustan de la lectura. Algo que, una vez más, ya sabíamos desde hace mucho tiempo. Pudiera ser, entonces, que la televisión no tenga nada que ver con todo este asunto. O pudiera ser que sí. La cuestión es, simplemente, que no lo sabemos. No se trata sólo de realizar nuevos estudios. Lo que de hecho nos hace falta es una teoría del desarrollo moral, que fundamente en un trabajo interdisciplinar, en el cual se dé cabida a la psicología cognitiva y a la teoría evolutiva. Necesitamos una teoría del desarrollo moral que se halle a la altura intelectual de nuestras teorías sobre el desarrollo del lenguaje y de la percepción. Sólo entonces podremos tratar con propiedad estas cuestiones acerca de la causalidad y pe prevención. ¿Llegaremos a una teoría de estas características en los próximos cincuenta años? Hata el momento, mi planteamiento ha sido bastante animoso: la psicología será mucho más interesante, se disolverá los límites arbitrarios entre las disciplinas, se ampliará el panorama de estudio…
Todo ello es positivo. Mas seguimos sin saber el progreso que alcanzaremos en cuanto a problemas de más hondo calado, como el pensamiento moral o la conciencia. Hay eruditos, como Noam Chomsky y el filósofo Collin McGinn, que se muestran escépticos al respecto. Al fin y al cabo somos seres humanos, no ángeles, y del mismo modo que hay cosas que podemos comprender, debe haber otras que no podemos entender: Pudiera ser que la naturaleza del pensamiento moral o de la conciencia se halle más allá de nuestra capacidad de comprensión, no porque estos temas gocen de un estado especial o místico, sino porque no somos lo bastante inteligentes para vislumbrar fenómenos de ese tipo. Es como si los perros quisieran comprender el cálculo matemático. No hay modo alguno de averiguar si esta visión pesimista está en los cierto, ni tampoco una alternativa que mueva a creer que es errónea. La notoria falta de progreso hasta la fecha, sin embargo, bien debiera llevar a cierta humildad por parte de los psicólogos, en particular en lo tocante a la formación de políticas sociales. Esta carencia de progresos me ha impedido hablar aquí de los beneficios prácticos que aportará la psicología durante los próximos cincuenta años, una omisión que pudiera ser curiosa. ¿Acaso no sería de esperar que la psicología del futuro logre curar la enfermedad mental, poner remedio a la infelicidad, erradicar los prejuicios y la ignorancia, enseñarnos a criar los niños con sentido de la moral, felices e independientes, y muchos otros objetivos deseables? Uno tiene esa impresión al leer la prensa general, y muchos psicólogos que confían alegremente en sus capacidades o ambicionan subvenciones y peso político hacen lo posible para alentar dicha idea. En realidad, sin embargo, los beneficios prácticos de la psicología siempre han sido modestos. Si dejamos de lado ciertas innovaciones estrictamente clínicas –muchas de las cuales han surgido ante todo de la bioquímica y la neurología-, las aportaciones de la psicología sobre cómo gestionar la sociedad, tratar a los criminales, educar y criar a nuestros hijos han sido, como mucho, fruto del sentido común, cuando no han resultado desfasadas e incluso peligrosas, como puede serlo la creencia ampliamente divulgada en mi propia disciplina de que si no se machaca a un niño con estímulos sociales y cognitivos durante los primeros tres años de su vida, ese niño está perdido para siempre. Otros ejemplos similares incluyen lo efectos provechosos de que los bebés escuchen a Mozart, los peligros del cuidado diario y la crucial importancia del vínculo afectivo madre-hijo en las primeras horas de vida. Lo único que en verdad puede afirmarse acerca de estos dictámenes de dominio público es que cambian con gran rapidez. Si a usted no le agrada lo que dicen los psicólogos sobre cómo educar a su hijo –el grado y el tipo de disciplina, cuánto y cuándo dormir, y cosas por el estilo-, no tiene más que esperar uno o dos años para que le digan algo distinto. Una visión optimista de la psicóloga de los próximos cincuenta años vendría a afirmar que será ésta una ciencia mucho más madura, que aplicará la metodología y las perspectivas teóricas que tan bien han funcionado en ámbitos como la percepción, y en áreas más “blandas” y menos exploradas, como el pensamiento moral. A lo largo de esta investigación podremos alcanzar al menos una panorámica sobre el funcionamiento de la mente y tener más confianza en nuestro enfoque científico, de manera que nos sea posible reconocer u apreciar la dificultad de todos estos problemas, y darnos cuenta de todo lo que aún resta por aprender.
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