"La naturaleza humanade coloridos variados, y lo sobrenatural eternamente pintado."
-Isabel Parra-
Hoy retomamos la sección Adarme Divulgación con un excelente fragmento escrito por el psicólogo evolutivo Steven Pinker, el cual extraje de su imprescindible libro La tabla rasa: La negaciónmoderrna de la naturaleza humana.
La intención de este espacio, como siempre es, en primera instancia, provocar a través del texto un llamado a la reflexión, y luego, si despierta su interés, animarlos a leer este fascinante libro que pueden bajar de internet.
LA NATURALEZA HUMANA CON ROSTRO HUMANO
Cuando en 1633 Galileo llamó la atención de la Inquisición sin desearlo, lo que estaba en juego no eran sólo unas cuestiones de astronomía. Al afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés, Galileo contradecía la verdad literal de la Biblia, explícita, por ejemplo, en el pasaje en que Josué ordenó con éxito: «Detente, Sol». Y aún peor, ponía en entredicho una teoría del orden moral del universo.
Según esa teoría, desarrollada en la Edad Media, la esfera de la Luna dividía el universo entre la perfección inmutable de los cielos superiores y la degeneración corrupta de la Tierra inferior (de ahí que Johnson se disculpara por no poder «cambiar la naturaleza sublunar»). Alrededor de la Luna había esferas para los planetas interiores, el Sol, los planetas exteriores y las estrellas fijas, cada uno movido por un ángel superior. Y rodeándolo todo estaban los cielos, la casa de Dios. Dentro de la esfera de la Luna y, por consiguiente, a un nivel un poco inferior que los ángeles, estaban las almas humanas, y luego, en orden descendente, los cuerpos humanos, los animales (ordenados jerárquicamente en bestias, aves, peces e insectos), luego las plantas, los minerales, los elementos inanimados, nueve capas de demonios y, por último, en el centro de la Tierra, Lucifer en el infierno. Así pues, el universo estaba ordenado de forma jerárquica, una Gran Cadena del Ser.
La Gran Cadena tenía muchas implicaciones morales. Se pensaba que nuestra casa estaba en el centro del universo, un hecho que reflejaba la importancia de nuestra existencia y nuestra conducta. Las personas vivían la vida según su propia condición (rey, duque o campesino), y después de la muerte su alma ascendía a un lugar superior, o descendía a otro inferior. Todos debían ser conscientes de que la morada del hombre era un lugar humilde dentro de la estructura de las cosas, y que debían elevar la vista para alcanzar a ver la perfección celestial. Y en un mundo que parecía estar siempre al borde de la hambruna y la barbarie, la Gran Cadena ofrecía el consuelo de saber que la naturaleza de las cosas era ordenada. Si los planetas se salieran de sus esferas, se produciría el caos, porque en el orden cósmico todo estaba conectado. Como dijo Alexander Pope: «From Nature's chain whatever link you strike, / Tenth, or ten thousandth, breaks the chain alike»(1).
(1) [«Cualquiera que sea el eslabón que golpees de la cadena de la Naturaleza, / el décimo, o el diez mil, la cadena se rompe por igual.» (N. del t.)]
Nada de todo esto se le escapaba a Galileo mientras golpeaba su eslabón. Sabía que no podía basar en razones puramente empíricas que la división entre una Tierra corrupta y los cielos inmutables la contradecían las manchas solares, las novas y las lunas de Júpiter. Sostenía también que el contenido moral de la teoría geocéntrica era tan dudoso como sus afirmaciones empíricas, de modo que si la teoría resultaba ser falsa, lo mismo ocurriría con sus implicaciones. Éste es el alter ego de Galileo en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, preguntándose qué tiene de grande el ser invariable e inalterable:
Por mi parte, considero la tierra muy noble y admirable debido precisamente a las diversas alteraciones, cambios, generaciones,
etc. Que en ella se producen incesantemente. Si, no estando sometida a cualquier cambio, fuera un vasto desierto de arena o una montaña de jaspe, o si en los tiempos del diluvio las aguas que la cubrían se hubiesen helado, y se hubiese convertido en un enorme globo de hielo donde nada creciera, se alterara o cambiara, pensaría que sería una bola inútil en el universo, carente de actividad y, en una palabra, superflua y esencialmente no existente.
Esta es exactamente la diferencia entre un animal vivo y otro muerto; y lo mismo digo de la luna, de Júpiter y de todos los demás planetas.
[...] Aquellos que tanto exaltan la incorruptibilidad, la inalterabilidad, etc., se ven obligados a hablar así, pienso, por su gran deseo de seguir viviendo, y por el pavor que sienten ante la muerte. No piensan que si los hombres fueran inmortales, nunca habrían llegado al mundo. Esos hombres realmente se merecen encontrar la cabeza de la Medusa que les transmute en estatuas de jaspe o diamante, y así les haga más perfectos de lo que son(2).
(2) Galileo, 1632/1967, págs. 58-59.
Hoy vemos las cosas como las veía Galileo. Nos es difícil imaginar por qué la disposición tridimensional de rocas y gas del espacio debiera tener algo que ver con lo que está bien o mal, o con el sentido y la finalidad de nuestras vidas. La sensibilidad moral de la época de Galileo se ajustó al final a los hechos astronómicos, no sólo porque había que aceptar la realidad, sino porque la propia idea de que la moral tiene algo que ver con la Gran Cadena del Ser era, para empezar, estrafalaria.
Creo que hoy vivimos una transición similar. La Tabla Rasa es la Gran Cadena del Ser actual: una doctrina que se acepta ampliamente como justificación racional del sentido y la moral, y a la que asedian las ciencias del momento. Como en el siglo posterior a Galileo, nuestra sensibilidad moral se ajustará a los hechos biológicos, no sólo porque los hechos son hechos, sino porque las credenciales morales de la Tabla Rasa son igualmente espurias.
En esta parte del libro demostraremos por qué a la desaparición de la Tabla Rasa le sobrevivirá una concepción renovada del sentido y la moral. No propongo, por decirlo de la forma más suave, una nueva filosofía de la vida, como líder espiritual de algún culto nuevo. Los argumentos que expondré han estado ahí durante siglos y los avanzaron ya algunos de los mayores pensadores de la historia. Mi objetivo es reunirlos y relacionarlos con los aparentes desafíos morales que plantean las ciencias de la naturaleza humana, para que sirvan de recordatorio de por qué las ciencias no conducirán al eclipse total nietzscheano de todos los valores.
En resumidas cuentas, la preocupación por la naturaleza humana se puede reducir a cuatro temores:
• Si las personas son diferentes de forma innata, se justificarían la opresión y la discriminación.
• Si las personas son inmorales de forma innata, serían vanas las esperanzas de mejorarla condición humana.
• Si las personas son producto de la biología, el libre albedrío sería un mito y ya no se podría responsabilizar a las personas de sus actos.
• Si las personas son producto de la biología, la vida ya no tendría un sentido y un propósito superiores.
Cada uno de estos temores centrará un capítulo. En primer lugar explicaré la base del miedo: de qué afirmaciones sobre la naturaleza humana se trata, y por qué se piensa que tienen unas implicaciones peligrosas. Luego voy a demostrar que en todos los casos hay una falta de lógica; ocurre simplemente que no se siguen tales implicaciones. Pero iré más lejos. No sólo es que las afirmaciones sobre la naturaleza humana son menos peligrosas de lo que mucha gente piensa. Es que la negación de la naturaleza humana puede ser más peligrosa de lo que la gente cree. Esto obliga a examinar objetivamente lo que se diga sobre la naturaleza humana, sin hacer ninguna consideración moral, y averiguar cómo podemos vivir si resultara que esas afirmaciones son ciertas.
Saludos
Juan Carlos
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4 comentarios:
Una persona podrá ser muy culta, sabia y educada en los mejores colegios; pero jamás podrán comprender al mundo y al Cosmos sino se lo mira con los ojos de las ciencias. Es fundamental dejar de lado lo sobrenatural para intentar comprender como funciona todo. Muy bueno lo suyo Juan Carlos. Seguiré atento a lo que sigue. Saludos.
Exactamente fanakers...y no sólo lo sobrenatural, si no también lo que ya nos vamos dando cuenta que por más que es natural, ya no nos va sirviendo omo modelo..falta muuucho pero...
gracias y saludos!
Tengo que leer a Pinker, me interesa saber lo que escribio
sobre el miedo a la desigualdad, a la imperfección, al determinismo y al nihilismo.
Te lo debo querido, no lo conocía,
gracias y besitos
Hola Lola, e muy interesantes yo de él de momento leí La tabla rasa y El mundo de las palabras, la verdad es que me fascinaron..
Si queres ver como sigue el tema que menciona de los miedos..es la terecra parte de libro (capitulo 8)..si ponés la tabla rasa en google te sale entre los primeros link..y podes leerte ese capítulo o bien el libro entero.
Besos Pinkereanos (porque si pongo lingüisticos por ahi se malinterpreta jejejjeje)
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