jueves, 23 de diciembre de 2010

Un deseo muy especial para estas Fiestas. El Replicador de Sueños-


"Yo te deseo,
te canto y te creo
tanto que no veo
más porvenir que el fuego.
Yo seré el brazo
que te empuñará."

-Silvio Rodríguez-



Al igual que a fin de año pasado, este mes, queríamos dejarles nuestro saludo y nuestros deseos para el nuevo año que comienza. Para ello confeccionamos este breve video que esperamos sea de su agrado y, también, como es época de ragalos, extrajimos este fragmento del excelente libro Destejiendo el arcoiris de Richard Dawkins, el cual nos pareció de lo más atinado para discernir sobre este tema en tan promocionada fecha destinada para la reflexión.

Saludos y buen año para todos!




Facundo y Juan Carlos













DESTEJIENDO EL ARCOIRIS (Fragmento)


"La credulidad es la debilidad del hombre, pero la fuerza del niño."

Charles Lamb - essays of Elia- (1823)





... Ayudados por el prestigio de la televisión y la prensa, la astrología, el paranormalismo y las visitas de extraterrestres gozan de una vía interna privilegiada hacia la conciencia popular. Si estoy en lo cierto en cuanto a que esta tendencia explota nuestro apetito natural y laudable de maravilla, tenemos aquí, paradójicamente, terreno para el estímulo.
Debería conformarnos pensar que, puesto que el apetito de maravilla es alimentado de manera mucho mas satisfactoria por la ciencia real, combatir la superstición tendrá que ser un simple asunto de educación . Pero sospecho que existe una fuerza adicional operante que puede hacer las cosas más difíciles. Se trata de una fuerza psicológica interesante por derecho propio, y mi objetivo en lo que queda del capítulo será explicarla, porque comprenderla puede limitar su daño potencial. La fuerza adicional de la que estoy hablando es un credulidad normal y, desde muchos puntos de vista, deseable en los niños, y que, si nos descuidamos, puede continuar en la edad adulta, con resultado catastróficos. Empezaré con una anécdota personal.

Hace mucho tiempo, cuando mi hermana y yo éramos niños, nuestros padres y tíos nos gastaron una inocentada un 1 de abril, el día de todos los tontos. Anunciaron que habían redescubierto en el desván un pequeño avión que les había pertenecido cuando eran jóvenes, y que nos iban a montar en él para que diéramos una vuelta. Volar no era tan corriente entonces, y estábamos emocionados. La única condición era que debíamos llevar los ojos vendados. Nos llevaron cogidos de la mano, mientras nos reíamos nerviosos, tropezando y cayendo en el césped, y nos ataron a nuestros asientos. Oímos el ruido del motor al arrancar, hubo una sacudida y empezamos a ascender para efectuar un vuelo que fue agitado: baches, inclinaciones, bamboleos. De vez en cuando era evidente que pasábamos a través de las altas copas de los árboles, porque notábamos que las ramas nos rozaban levemente y un viento agradable corría sobre nuestras caras. Finalmente”aterrizamos”. El viaje lleno de sacudidas termino en tierra firme, nos quitaron la venda y entre risas todo se reveló. No había ningún avión. No nos habíamos movido del sitio. Habíamos estado simplemente sentados en un banco de jardín que nuestro padre y nuestro tío habían levantado y hecho girar y traquetear para simular el movimiento aéreo. No había motor, sólo el ruidoso aspirador, y un ventilador para hacer soplar el viento en nuestras caras. Éstos, y las ramas de los árboles que nos rozaban, los habían manejado nuestra madre y nuestra tía, situadas junto al banco. Fue divertido mientras duró.

Como niños crédulos y confiados que éramos, habíamos esperado durante días el vuelo prometido antes de que tuviera lugar. Nunca se nos ocurrió preguntar por qué teníamos que ir con los ojos vendados ¿No hubiera sido natural preguntarse qué objeto tenía hacer un viaje divertido si no podíamos ver nada? Pero no, nuestros padres simplemente nos dijeron que, por alguna razón no especificada, era necesario taparnos los ojos; y así lo aceptamos. Puede que estuvieran recurriendo a la receta consagrada por el tiempo de “ no echar a perder la sorpresa”. Nunca nos preguntamos por qué nuestros mayores nos habían ocultado el secreto de que al menos uno de ellos debía ser un piloto experimentado; no creo que ni siquiera nos preguntáramos cuál de ellos era. Simplemente, no teníamos la disposición mentadle escéptico. No teníamos miedo alguno a estrellarnos, tal era la fe que teníamos en nuestro padre y en nuestro tío. Y cuando nos quitaron la venda y nos dimos cuenta que habíamos sido objeto de una broma, aún así, no dejamos de creer en Papá Noel, en el hada del diente, los ángeles , el cielo, los felices terrenos de caza y todos los demás cuentos que aquellos mismos mayores nos habían contado. Mi madre no recuerda el incidente que acabo de relatar, pero sí la ocasión en que su padre les gastó una broma idéntica a ella y su hermanita. Las instrucciones de su padre fueron incluso más descabelladas, porque su aeroplano”despegó” desde el interior de la casa, y a las niñas se les dijo que “agacharan la cabeza mientras salían volando por la ventana”. Tanto mi madre como su hermana siguen cautivadas por aquella experiencia.

Los niños son crédulos por naturaleza. No podría ser de otra manera. Llegan a este mundo sin saber nada, y están rodeados de adultos que, en comparación, lo saben todo. Es absolutamente cierto que el fuego quema, que las serpientes muerden, que si andamos sin protección bajo el sol del mediodía nos cocemos hasta enrojecer y, como ahora sabemos , nos arriesgamos a un cáncer. Además, la otra manera aparentemente más científica, de obtener conocimientos útiles, el aprendizaje mediante ensayo y error, suele ser una mala idea, porque los errores son a veces demasiado costosos. Si nuestra madre nos dice que no vayamos nunca a chapotear al lago porque hay cocodrilos, no es bueno adoptar una actitud escéptica, científica y “adulta” y responderle: “gracias mamá, pero prefiero verificarlo experimentalmente”. Con demasiada frecuencia tale experimentos serían terminales. Es fácil ver por qué la selección natural( la supervivencia de los mejor adaptados) podría penalizar una disposición mental experimental y escéptica y favorecer la credulidad ingenua de los niños.

Pero esto tiene un inevitable y lamentable efecto secundario. Si nuestros padres nos dicen algo que no es cierto, también nos lo creemos. ¿cómo podríamos evitarlo? Los niños no están equipados para conocer la diferencia entre una advertencia verdadera sobre un peligro genuino y una advertencia falsa de que nos quedaremos ciegos o iremos al infierno si “pecamos”, por decir algo. Si los niños estuvieran equipados para ello, no necesitarían ninguna advertencia. La credulidad, como dispositivo de supervivencia, viene en un solo lote. Creemos lo que se nos dice, sea verdadero o falso. Los padres y demás parientes adultos saben tanto que es natural que lo saben todo, y es natural creerles, de modo que cuando nos cuentan que Papá Noel baja por la chimenea, y que la fe “mueve montañas”, también nos lo creemos.

Los niños son crédulos porque tienen que serlo para desempeñar su papel de “oruga” en la vida. Las mariposas tienen alas porque su papel es localizar miembros del sexo opuesto y diseminar su descendencia entre nuevas plantas comestibles. Tienen un apetito modesto, satisfecho por ocasionales libaciones de néctar. Ingieren poca proteína en comparación con las orugas, que constituyen el estadio de crecimiento en ciclo biológico. En general, los animales en fase juvenil tienen que prepararse para convertirse en adultos reproductores. Las orugas están aquí para comer todo lo que puedan con el fin de transformarse en crisálidas, de las que saldrán los adultos reproductores alados .Por eso carecen de alas pero, en cambio, poseen robustas mandíbulas masticadoras y un apetito voraz e insaciable.

Los individuos juveniles humanos deben ser crédulos por razones parecidas. Son orugas de información. Están aquí para convertirse en adultos reproductores dentro de una sociedad refinada, basada en el conocimiento; y la fuente principal de su dieta de información son sus mayores, sobre todo sus padres. Por lo mismo que las orugas poseen mandíbulas masticadoras córneas para ingerir la pulpa del repollo, los niños poseen ojos y oídos bien abiertos, y mentes receptivas y confiadas para absorber el lenguaje y otras formas de conocimiento. Son suctores del saber adulto. Mareas de datos, gigabytes de sabiduría, entran a raudales a través de los pórticos del cráneo infantil, y la mayor parte se origina en la cultura que han construido los padres y las generaciones de antepasados. Pero es importante no llevar demasiado lejos la analogía de la oruga. Los niños se transforman en adultos gradualmente y no de golpe como las orugas que se metamorfosean en mariposas.

Recuerdo una vez, en Navidad intenté entretener a una nña de seis años calculando con ella el tiempo que tardaría Papá Noel en descender por todas las chimeneas del mundo. Si la altura media de una chimenea es de 6 metros y existen, pongamos por caso, 100 millones de casas con niños ¿con qué rapidez, me preguntaba yo en voz alta, tendría que bajar zumbando por cada chimenea para poder terminar su trabajo en el amanecer del día de navidad? Apenas tendría tiempo de entrar de puntillas y sin hacer ruido en la habitación de cada niño, porque necesariamente tendría que romper la barrera del sonido. La niña comprendió y se dio cuenta que había un problema, pero esto no la preocupó en lo más mínimo. Dejó de lado el tema sin indagar más. Nunca pareció cruzar por su mente la posibilidad evidente de que sus padres le hubieran estado contando mentiras. Ella no lo habría dicho con estas palabras, pero la implicación era que, si las leyes de la física hacían imposible la hazaña de Papá Noel, tanto peor para las leyes de la física. Sus padres le habían dicho que bajaba por todas las chimeneas durante las pocas horas de la Nochebuena, y eso bastaba. Tenía que ser así porque mamá y papá lo habían dicho.

Pienso que la candidez confiada puede ser normal y saludable en un niño, pero puede convertirse en credulidad enfermiza y censurable en un adulto. Crecer y convertirse en adulto, en el sentido más pleno de la palabra, debería incluir el cultivo de un saludable escepticismo. La predisposición a dejarse engañar puede calificarse de infantil, porque es común(y defendible) en los niños. Sospecho que su persistencia en los adultos surge del deseo( en realidad, del anhelo vehemente) de las seguridades y comodidades perdidas de la niñez: Este aspecto lo describió muy bien en 1986 Isaac Asimov, el gran escritor de ciencia ficción y divulgador científico: “ Inspecciónese cada una de las muestras de pseudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar que chupar, una falda que agarrar” La infancia es, para muchas personas, una Arcadia perdida, una especie de cielo, con sus certezas y sus seguridades, sus fantasías de volar al País de Nunca Jamás con Peter Pan, sus cuentos a la hora de ir a dormir, antes de vernos arrastrados hasta el País del Sueño en los brazos del Osito de Peluche. En retrospectiva, los años de la inocencia infantil pueden pasar demasiado deprisa. Quiero a mis padres porque me llevaron en un vuelo tan alto como el de un águila a través de las copas de los árboles, y por contarme las historias del Hada del Diente y de Papá Noel, de merlín y sus hechizos , del Niño Jesús y los tres reyes Magos. Todas estas historias enriquecen la niñez y, junto con muchas otras cosas, contribuyen a que la recordemos como una época fascinante.

El mundo de los adultos puede parecer un lugar frío y vacío, sin hadas ni Papá Noel, sin País de los juguetes ni la Narnia de los cuentos infantiles de C.S. Lewis, sin los felices terrenos de caza donde van las mascotas que mueren, y sin ángeles (ni de la guarda ni de la variedad de jardín). Pero tampoco hay demonios, ni fuego del infierno, ni brujas malvadas, fantasmas, casas encantadas, ,posesión demoníaca, cocos ni ogros. Es cierto que ni el osito Teddy ni la muñeca Dolly están realmente vivos. Pero existen compañeros de cama adultos a los que asirse, cálidos, vivos, que hablan y piensan, y muchos de nosotros encontramos que éste es un tipo de amor más gratificante que la afección pueril por los juguetes rellenos de paja, por blandos y mimosos que sean.

No crecer como es debido significa retener la calidad de “oruga” de la infancia(donde es una virtud) en la edad adulta(donde se convierte en un vicio). En la infancia nuestra credulidad nos es muy útil. Nos ayuda a llenar nuestro cráneo, de manera extraordinariamente rápida, con la sabiduría de nuestros padres y antepasados. Pero si no crecemos para salir de ella en la plenitud del tiempo, nuestra naturaleza de oruga nos convierte en un blanco fácil para astrólogos, médiums , gurúes, evangelistas y charlatanes. El genio del niño humano, oruga mental extraordinaria, le sirve para empaparse de información e ideas, no para criticarlas. Si más tarde aparecen las facultades críticas será a pesar de las inclinaciones de la niñez, y no debido a ellas. El papel secante del cerebro del niño es el plantel poco prometedor, la base sobre la cual posteriormente quizá podrá desarrollarse la actitud escéptica como una planta de mostaza que pugna por crecer. Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el escepticismo constructivo de la ciencia adulta.

Pero sospecho que hay un problema adicional. Nuestra visión del niño como oruga de información es demasiado simple. La programación de la credulidad del niño tiene un peculiaridad que resulta casi paradójica hasta que la comprendemos. Volvamos a nuestra imagen de niño que necesitaba absorber información de la generación previa lo más rápidamente posible ¿Qué ocurre si dos adultos, por ejemplo nuestro padre y nuestra madre, nos facilitan opiniones contradictorias? ¿Qué ocurre si nuestra madre nos dice que todas las serpientes son mortíferas y no debemos acercarnos nunca a ellas, y al día siguiente nuestro padre nos dice que todas las serpientes son letales, excepto las verdes, y que podemos tener una serpiente verde como mascota? Ambos ejemplos de consejos pueden ser buenos. El consejo materno tiene el efecto deseado de protegernos contra las serpientes, aunque la generalización no sea aplicable a las serpientes verdes. El consejo más discriminatorio del padre tiene el mismo efecto protector y es mejor en algunos aspectos, pero podría ser fatal si se trasladara, sin revisión, a un país lejano. En cualquier caso, para el niño pequeño la contradicción entre ambos consejos podría ser peligrosamente desconcertante. Los padres sueles hacer denodados esfuerzos por no contradecirse, y probablemente hacen bien. Pero al “diseñar” la credulidad, la selección natural habría tenido que introducir una manera de habérselas con los consejos contradictorios. Quizás, una regla sencilla tal como “Cree cualquier historia que oigas primero”o”Cree a la madre antes que al padre, y al padre antes que a otros adultos de la población” A veces el consejo de los padres advierte específicamente contra la credulidad hacia otros adultos de la población. He aquí un ejemplo de consejo que los padres tienen que dar a sus hijos: ”Si cualquier adulto os pide que vayáis con él y os dice que es amigo de vuestros padres, no lo creáis, por amable que parezca e incluso(o especialmente) si os ofrece caramelos. Id solo con un adulto que vosotros y vuestros padres ya conozcáis, o bien, que lleve un uniforme de policía” ( Recientemente apareció en los periódicos ingleses una historia encantadora: la reina Elizabeth, la Reina Madre, que tiene 97 años, le dijo a su chofer que detuviera el coche cuando advirtió que una niña, que aparentemente se había perdido, estaba llorando. La anciana y amable dama salió para confortar a la niña y se ofreció a llevarla a su casa.”No puedo, sollozó la niña , no se me permite hablar con extraños) Un niño tiene la obligación de ejercer, en determinadas circunstancias, lo opuesto a la credulidad: un tenaz apego a una afirmación previa de un adulto frente a una afirmación posterior contradictoria, por muy tentadoramente plausible que sea.

Así pues, los calificativos”ingenuo”y”crédulo” no son estrictamente aplicables a los niños. Las personas verdaderamente crédulas creen cualquier cosa que acaban de oír o leer, aunque contradiga lo que han oído o leído antes. La cualidad infantil que intento describir no es la pura ingenuidad, sino una combinación compleja de credulidad combinada con su opuesta: el tozudo mantenimiento de una creencia, una vez adquirida. Así, la receta completa es un credulidad temprana extrema seguida de un inmovilismo igualmente obstinado. Es fácil ver lo devastadora que puede ser esta combinación. Aquellos viejos Jesuitas sabían lo que hacían: “Dadme al niño durante sus siete primeros años, y os devolveré al hombre”.






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6 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso !! :-)

Muchísimas gracias y Felices Días de... lo que sea en lo que creas ;-)

Abrazos desde Madrid !!

Playero dijo...

Lo acabo leer al despertar, muy buen regalo saber que la inocencia infantil tiene sus encantos que nos dan alegría y seguridad pero que ya adultos descubrimos que podemos ser mas felices aún viviendo la realidad plena.

Victor Di Gruccio dijo...

El videíto me pareció exelente. Saludos y muy buena onda por estimular tantos "chisporroteos" en el área F5 de nuestros cerebros...

Fauna Iberica - Fauna Española dijo...

Compañero bloguero. Primero y es que no puede faltar, quería felicitarte por el Blog. En estas fechas tengo mucho tiempo libre y me estoy dedicando ha ver los blog de mis compañeros internautas, y ya de camino a invitarles a vistitar mi blog. Mi blog esta dedicado a la fauna española, su gran diversidad de hábitas, su gran cantidad de mamíferos, aves, reptiles, anfíbios, especies marinas,...

Fauna Española - Spanish Fauna
http://spanishfauna.blogspot.com

Adios amigos y Feliz Navidad

Anónimo dijo...

Me encantó el video, para Mí fabulosa representación de los vectores rectores en la creación al servicio de la humanidad. Encuentro un exquisito trabajo para internalizar Tu propuesta guardando toda susceptibilidad, como hasta ahora disfruto y es muy placentero "leerte".

Gracias y un GRAN Abrazote para Ustedes.

Facundo dijo...

Gracias a todos por sus comentarios!

Ayla: podríamos festejar que un 25 de diciembre, veinte años atrás, se realizaba en EEUU la primera prueba exitosa de lo que luego se convertiría en el medio que nos permite comunicarnos en este momento... definitivamente "creemos" en internet!

Frío: satisfechos porque en este sitio buscamos generalmente despertar (dudas, curiosidad, reflexiones, etc)

Victor: un gusto tener tu cerebro chisporroteante por este espacio. Buenos cielos!

Fauna, interesante sitio, y que esa base de datos siga creciendo y divulgándose!

Vero: gracias por tantos piropos. Placentero es tenerte de visita!
Abrazos para vos también!

Y buen 2011 para todos ustedes!