"Doña Disparate llama a los bomberos,
a la policía y al sastre y al cura,
pero cuando llegan todos,
el perrito esta muy contento bailando la rumba."
-María Elena Walsh- (In memorian)
¿CUANTO MAS CONOZCO A LAS PERSONAS, MÁS QUIERO A MI PERRO?
Un par de noches atrás, mientras me hallaba concentrado en un asunto en el ordenador, una de las perras que vive en casa empezó de repente a ladrar. El monótono e insistente ladrido, cumplía bastante bien con su función principal, que era la de defender el territorio ante los otros dos perros que comparten entorno con ella. Sin embargo, también desempeñaba una función extra, pero ésta, más que bastante bien, se podría decir que la ejercía a la perfección. Logró que yo de inmediato me desconcentre y, a los pocos segundos, me fastidie. Fue entonces cuando acudí a incitarla a que se calle arrojándole un chorro de agua, ya que decirle ¡callate! (aunque a veces lo haga) no tiene ningún sentido, debido a que la pobre perra es sorda. Al volver al ordenador, tal vez, para canalizar mi fastidio por la desconcentración, fue que mediante una humorada, se me ocurrió jugar irónicamente con las palabras y puse en el muro de facebook:
“Cuanto más conozco a mi perro, más quiero a las personas”
A partir de algún comentario pro-perruno en respuesta a la publicación por parte de una querida amiga, es que recordé viejas discusiones con diferentes personas en lo que respecta a este tema y decidí, a través de este post, desenmascarar lo que subyace en la conocida y trillada frase:
“Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro” ya que de esta manera, por más que en principio no parezca significativo, podremos develar, por un lado, como nos relacionamos con los perros y, por el otro, qué es lo que esperan de las demás personas los que gustan tanto de repetir esta frase casi mecánicamente.
Para empezar, debemos tener en cuenta que con los perros utilizamos estándares de valoración, en cierta media, similares a los que utilizamos con las personas. Esto quiere decir: Cuando vemos un cachorrito cualquiera, nos enternece; cuando vemos un perro lindo, nos gusta; cuando es uno de “raza” o con pedigrí, nos llama especialmente la atención; cuando nos topamos con uno enfermo o hambriento, nos da pena; cuando uno nos amenaza, le tememos; o bien, cuando vemos a un perro común caminar por la calle, simplemente, lo ignoramos. Otra característica, es que también solemos sentir más afecto por “nuestros” perros y los de nuestros familiares o amigos, que por los de cualquier otra persona.
Ahora bien ¿Por qué escribí nuestros entre comillas? La respuesta a esta pregunta es la punta del ovillo del cual, si tiramos de ella, se empieza a desenredar esta enmarañada cuestión.
Al utilizar el posesivo y decir nuestro perro, no lo hacemos sólo de manera referencial como cuando lo utilizamos con la personas. Yo puedo decir: Tal es mi hermano, mi amigo o mi vecino y, en función de esa premisa, mi hermano puede decir que yo soy su hermano, mi amigo que yo soy su amigo y mi vecino que soy su vecino. O sea el posesivo ejerce sobre un eventual calificativo. En el caso del perro, lo utilizamos directamente sobre el sustantivo o sujeto.
La cuestión es que nosotros decimos “mi perro” y el perro no puede decir absolutamente nada, eso está más que claro. Pero qué pasa si nos preguntamos, por ejemplo ¿Qué seríamos nosotros para el perro? Pasa que de manera casi inevitable y, sin pensarlo, surgen de nuestros labios palabritas tales como “dueño” o “amo”. Si lo pensamos un poco más, nos damos cuenta que, no siempre, pero en muchos casos, incluso pagamos una suma de dinero por hacernos de ellos ¿…? Un momento. ¡Acá hay perro encerrado!
Este breve análisis surgió a partir de aquellos que suelen comparar de manera muy liviana a la gente con los perros. Acabo de mencionar sólo un par de simples y básicos detalles que hacen a nuestra relación con lo perros. Si estos mismo detalles los aplicamos a la gente, es muy probable que en siglos anteriores, más allá de ser aberrantes, hubiesen pasado desapercibidos como algo normal, pero a día de hoy
¿No se trataría de una actitud esclavista?
No claro, a los perros no los explotamos haciéndolos trabajar (bueno, salvo algunas excepciones)
Entonces ¿Qué es lo que hacemos con los perros?
Los alimentamos, les brindamos un lugar para dormir seguros, jugamos un rato con ellos, los vacunamos, los sacamos a pasear, los adiestramos, en la medida que podemos, para que nos hagan caso, les hablamos, los bañamos, a veces los hacemos tener cría y, cuando lo consideramos molesto, los castramos o los aislamos, les cortamos el pelo, etc.
Es muy probable que el perro sólo espere de nosotros el alimento y un poco de atención, nada más. El resto es cosa humana y los perros no tienen la capacidad cognitiva de comprenderlo por más que muchas personas insistan en atribuirle humanización a diferentes aspectos de su comportamiento. Si un perro va en busca del palito que le arrojamos y lo trae “alegremente” no es porque se siente feliz de ser parte de un juego, al menos de la manera en que lo entendemos nosotros, es muy posible que lo haga mecánicamente a partir de una conducta adquirida ancestralmente de la época en que nuestros antepasados le arrojaban a los lobos los huesos con restos de carne para que se alejen de la fogata. Lo que habría que ver, es si nuestro comportamiento en ese juego es igual de mecánico por los mismos motivos o sólo lo hacemos porque disfrutamos al ver como controlamos fácilmente los movimientos del perro.
La actitud esclavista o de dominio humano al animal no le importa, él reconoce y es más funcional o condescendiente con quién le da de comer, incluso si éste, para que le obedezca, lo maltrata. En lo personal, no estoy de acuerdo con estas prácticas porque independientemente que al perro le importe o no, al impartírsele un golpe, en ese momento, es evidente que le duele y lo sufre, pero así y todo, nadie puede negar que pasado el castigo, el perro mantiene su “fidelidad” respondiendo a quien lo maltrató.
Lo que quiero decir con esto y, para terminar, es que si vamos a comparar a los perros con las personas en cuanto a su comportamiento, la gente que repite la famosa frasecita, si es sensata, debería reconocer que en realidad lo que más les gusta de los perros es cuando les hacen compañía, cuando son dóciles, cuando los obedecen, cuando son cariñosos (sin que haya sexo de por medio), o bien, cuando los escuchan hablarles y no les contestan. Entonces, si afirman que cuanto más conocen a las personas más quieren a “su” perro, la pregunta que responde a esta cuestión es…
“Cuanto más conozco a mi perro, más quiero a las personas”
A partir de algún comentario pro-perruno en respuesta a la publicación por parte de una querida amiga, es que recordé viejas discusiones con diferentes personas en lo que respecta a este tema y decidí, a través de este post, desenmascarar lo que subyace en la conocida y trillada frase:
“Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro” ya que de esta manera, por más que en principio no parezca significativo, podremos develar, por un lado, como nos relacionamos con los perros y, por el otro, qué es lo que esperan de las demás personas los que gustan tanto de repetir esta frase casi mecánicamente.
Para empezar, debemos tener en cuenta que con los perros utilizamos estándares de valoración, en cierta media, similares a los que utilizamos con las personas. Esto quiere decir: Cuando vemos un cachorrito cualquiera, nos enternece; cuando vemos un perro lindo, nos gusta; cuando es uno de “raza” o con pedigrí, nos llama especialmente la atención; cuando nos topamos con uno enfermo o hambriento, nos da pena; cuando uno nos amenaza, le tememos; o bien, cuando vemos a un perro común caminar por la calle, simplemente, lo ignoramos. Otra característica, es que también solemos sentir más afecto por “nuestros” perros y los de nuestros familiares o amigos, que por los de cualquier otra persona.
Ahora bien ¿Por qué escribí nuestros entre comillas? La respuesta a esta pregunta es la punta del ovillo del cual, si tiramos de ella, se empieza a desenredar esta enmarañada cuestión.
Al utilizar el posesivo y decir nuestro perro, no lo hacemos sólo de manera referencial como cuando lo utilizamos con la personas. Yo puedo decir: Tal es mi hermano, mi amigo o mi vecino y, en función de esa premisa, mi hermano puede decir que yo soy su hermano, mi amigo que yo soy su amigo y mi vecino que soy su vecino. O sea el posesivo ejerce sobre un eventual calificativo. En el caso del perro, lo utilizamos directamente sobre el sustantivo o sujeto.
La cuestión es que nosotros decimos “mi perro” y el perro no puede decir absolutamente nada, eso está más que claro. Pero qué pasa si nos preguntamos, por ejemplo ¿Qué seríamos nosotros para el perro? Pasa que de manera casi inevitable y, sin pensarlo, surgen de nuestros labios palabritas tales como “dueño” o “amo”. Si lo pensamos un poco más, nos damos cuenta que, no siempre, pero en muchos casos, incluso pagamos una suma de dinero por hacernos de ellos ¿…? Un momento. ¡Acá hay perro encerrado!
Este breve análisis surgió a partir de aquellos que suelen comparar de manera muy liviana a la gente con los perros. Acabo de mencionar sólo un par de simples y básicos detalles que hacen a nuestra relación con lo perros. Si estos mismo detalles los aplicamos a la gente, es muy probable que en siglos anteriores, más allá de ser aberrantes, hubiesen pasado desapercibidos como algo normal, pero a día de hoy
¿No se trataría de una actitud esclavista?
No claro, a los perros no los explotamos haciéndolos trabajar (bueno, salvo algunas excepciones)
Entonces ¿Qué es lo que hacemos con los perros?
Los alimentamos, les brindamos un lugar para dormir seguros, jugamos un rato con ellos, los vacunamos, los sacamos a pasear, los adiestramos, en la medida que podemos, para que nos hagan caso, les hablamos, los bañamos, a veces los hacemos tener cría y, cuando lo consideramos molesto, los castramos o los aislamos, les cortamos el pelo, etc.
Es muy probable que el perro sólo espere de nosotros el alimento y un poco de atención, nada más. El resto es cosa humana y los perros no tienen la capacidad cognitiva de comprenderlo por más que muchas personas insistan en atribuirle humanización a diferentes aspectos de su comportamiento. Si un perro va en busca del palito que le arrojamos y lo trae “alegremente” no es porque se siente feliz de ser parte de un juego, al menos de la manera en que lo entendemos nosotros, es muy posible que lo haga mecánicamente a partir de una conducta adquirida ancestralmente de la época en que nuestros antepasados le arrojaban a los lobos los huesos con restos de carne para que se alejen de la fogata. Lo que habría que ver, es si nuestro comportamiento en ese juego es igual de mecánico por los mismos motivos o sólo lo hacemos porque disfrutamos al ver como controlamos fácilmente los movimientos del perro.
La actitud esclavista o de dominio humano al animal no le importa, él reconoce y es más funcional o condescendiente con quién le da de comer, incluso si éste, para que le obedezca, lo maltrata. En lo personal, no estoy de acuerdo con estas prácticas porque independientemente que al perro le importe o no, al impartírsele un golpe, en ese momento, es evidente que le duele y lo sufre, pero así y todo, nadie puede negar que pasado el castigo, el perro mantiene su “fidelidad” respondiendo a quien lo maltrató.
Lo que quiero decir con esto y, para terminar, es que si vamos a comparar a los perros con las personas en cuanto a su comportamiento, la gente que repite la famosa frasecita, si es sensata, debería reconocer que en realidad lo que más les gusta de los perros es cuando les hacen compañía, cuando son dóciles, cuando los obedecen, cuando son cariñosos (sin que haya sexo de por medio), o bien, cuando los escuchan hablarles y no les contestan. Entonces, si afirman que cuanto más conocen a las personas más quieren a “su” perro, la pregunta que responde a esta cuestión es…
¿Cómo quieren que sean el resto de las personas para ser queribles?
Algunas aclaraciones para evitar malas interpretaciones: Me gustan los perros en general, interactúo con ellos y les suelo brindar afecto, sin embargo la palabra amor me sigue sonando grandilocuente y hasta hipócrita en este tipo de relaciones. Más allá que la mayor parte de mi vida conviví con perros jamás fui el “dueño” de ninguno de ellos. La perra en cuestión es la de la foto y se llama Abril. Sí, supertierna...¡porque las fotos no ladran!
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3 comentarios:
Un dálmata?, menuda raza inquieta, tocapelotas jeje, mu bonita Abril, cuidado flaco que te tumba al suelo.
Me rio con tus aclaraciones (necesarias) ya que se podria interpretar facilmente que no te agrada el "mejor" amigo del hombre, quizás porque es una selección artificial jeje.
El caso es que aquellos que declaran esa famosa y manida frase sobre los perros suelen estar muy frustrados en su relaciones personales, debemos tener comprensión pues.En cualquier caso me niego rotundamente sustituir al hombre por un perro, "ganamos" en evolución.
Ahora sí, debo admitir que con mi madurez aprendí a querer como nunca pense a mi perra y a mi gata, presumo de tenerlas muy humanizadas con lo cual obtengo muchas respuestas de ellas que nada tienen que ver con adiestramientos y tontos juegos, se trata de una relación personal basada en el tacto y oído (no imagines más de lo escrito je).
Lametón,
Tierno animal. Bonito color de ojos.
No tengo perro por ser alérgica.
Te dejo muchos saludos.
Ay Lola siempre un sabio comentario de tu parte, no esperaba menos. Si, la verdad es que es una perrita con capacidades reducidas muuuy especial, se podría llamar abril, mayo o junio que da igual, no escucha nada. (y se nota que,sobre todo, no se escucha a ella misma) je je je
Marisol: Tal vez el desarrollo de tu alergia a futuro sea una excelente adaptación evolutiva para el ser humano!!! jajjaja. Es cierto, tiene lindos ojos la perrita, en cualquier momento se los saco y me los transplanto, y a cambio le doy mis oídos, así convivomos en paz jajajaj
besos a ambas!!!
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