lunes, 17 de agosto de 2009

¿Por qué hoy Dios es superfluo y la vida después de la muerte una mentira? Una opinión personal -Juan Carlos Alonso-


¡Oh, qué sensación,no tener rostro al enfrentar la muerte,correr la doble suerte de rastreadores y de perseguidos,teniendo tanto de estrella, escondido!
-Silvio Rodríguez-



No me sorprende que haya sido un hombre de ciencia el que afirmó que “la ausencia de prueba no es prueba de ausencia”. Este concepto le viene como anillo al dedo a la gente de fe para sostener sus creencias religiosas y se suele aferrar a él como evidencia definitiva cada vez que alguien con intenciones de debate plantea algún tipo de duda. Por carencia de sentido, no es mi intención exponer aquí una idea que pruebe la inexistencia de algo que me resulte justamente imperceptible a los sentidos, como puede ser un dios, un duende, o cualquier cosa extraña que se nos venga en mente; pero sí explicar la razón por la cuál pienso que el dios funcional que conocemos no sólo que hoy ya no es necesario, sino que aparte es dañino. Así como también explicar por qué después de la muerte no puede haber nada.

Recurriendo a nuestra memoria de súper largo plazo, imaginemos por un momento que somos un hombre primitivo. Un simple cazador-recolector que camina cauteloso por algún valle, y que al advertir la inminente puesta del sol de un día cualquiera decide regresar a reunirse con su clan, o bien, procura un refugio provisorio para pernoctar con su familia. Imaginemos también que ese fue un día productivo y que nos toca disfrutar de una inusual y abundante cena. Ya entrada la noche, que siempre asusta, nos disponemos al descanso después de la agotadora y difícil jornada, equilibrados por la tranquilidad que nos brinda tener la panza llena nos dormimos profundamente a la intemperie, inmersos en una oscuridad apenas rota por la pálida luz de la luna y las estrellas, o tal vez, si ya somos beneficiarios de los primeros frutos de la ciencia, junto al tenue resplandor de un fuego intencional y primitivo que crepita, agonizante, a nuestro lado en el interior de alguna cueva. De repente un grito agudo y desgarrado nos despierta, enseguida se multiplica y se mezcla con rugidos, todo es confusión, entre sombras vemos imágenes intermitentes de blancos y punzantes colmillos, garras afiladas, ojos que captan la mínima luz y la reflejan con un brillo inhomínido. Nos damos cuenta que no sólo somos presa de alguna bestia sino también del pánico.
Teniendo en cuenta que estamos imaginando, en semejante situación, es muy posible que nos veamos armándonos de valor y valiéndonos de piedras o una lanza, tratamos desesperadamente de proteger a los nuestros enfrentando a las fieras. Aunque de ser real este hecho, lo más probable es que algunos actúen de esta manera, muchos salgan corriendo y otros tantos se queden paralizados del miedo.
Al cabo de unos minutos unos gruñidos que se alejan nos indican que todo pasó, se fue el peligro y recobramos el aliento. Enseguida aparece el olor de la sangre, nos incorporamos y algo de luz nos deja ver que un hijo no se mueve, notamos que otro no está por ninguna parte. Hay un compañero que no para de gritar del el dolor que le causan sus heridas y sentimos impotencia porque intuimos que a los tres o cuatro días también dejará de moverse.
Hagamos un esfuerzo más e imaginemos que luego de vivir este espantoso acontecimiento, tengamos que narrarlo con los pocos vocablos existentes (en caso de haberlos) para prevenir a los demás de este peligro o simplemente intentar transmitir la experiencia. ¿Difícil no?
Ahora dejemos la imaginación de lado y pensemos que desde la remota realidad prehumana, sucesos como este se repitieron sistemáticamente una y otra vez durante millones de años. Teniendo en cuenta esto, no sería descabellado suponer que este miedo quedó grabado a fuego en el cerebro humano de tal forma que en algún momento de su evolución, este temor recurrente empezó a transmitirse en algún minúsculo micro píxel de nuestra información genética para convertirse en innato, funcionando como un intuitivo mecanismo de defensa. Luego, al evolucionar el lenguaje, este sistema fue reforzado por nuestros ancestros al empezar a traspasarlo de generación en generación a través de la cultura y en forma de cuento. Sin dudas su eficacia habrá resultado de gran utilidad. El tema es que en determinado instante de la historia, gracias a la capacidad combinatoria que alcanzó nuestro cerebro, se produjo una especie de simbiosis corporal entre hombre y animal, saltando a escena una inmensa diversidad de monstruos horrorosos, en su mayoría constituidos por tres factores comunes que nos resultan conocidos: feroces dientes, afiladas garras, fieros ojos luminosos. Todas ellas fabulosas criaturas que entran en acción en la oscuridad de la noche. El resto de su morfología puede resultar de lo más variopinta (detesto este término pero me pareció simpático aplicarlo para calificar a la morfología de los monstruos, ustedes disculpen).

Durante muchos años estos personajes míticos invadieron la tierra asustando tanto a adultos como a niños sin importar su nivel de cultura o su condición social. No debe haber pasado mucho tiempo para que las religiones primitivas, paganas o populares (como las llama Daniel Dennett) los adoptaran como íconos representativos de sus creencias, ya sea para bien o para mal. Más tarde las grandes religiones organizadas también los incorporarán como símbolos, resultando éstos eficaces herramientas para hacerse de más poder infundiendo el miedo. En el cristianismo sin ir más lejos tenemos el caso de la astuta serpiente, transmitiendo su mensaje, que por aquel entonces resultaba subliminal y que hoy es tan explícito: El hombre tiene prohibido probar el fruto del árbol del conocimiento. Otro ejemplo es el mismísimo demonio que la Sanata Biblia lo define como un dragón.
En fin, abundan las enseñanzas de este tipo en toda religión. Un animal como la paloma obviamente no tiene un aspecto amenazante pero imagino que si en ese entonces hubiesen sabido la cantidad de gente que moría por las enfermedades que éstas transmitían, dudo seriamente que la hayan utilizado para representar al impoluto espíritu santo.
Dejemos a estos engendros de la imaginación por un instante y enfoquemos nuestra atención en el momento en que la humanidad aprendió a domesticar a las bestias, primero a las más mansas con el fin de alimentarse y optimizar el trabajo, y luego hasta algunas de las más feroces, tal vez, para posicionarse definitivamente como especie dominante. Más allá del enorme beneficio que representó el acercamiento a estos primeros animales, el costo inicial que se pagó fue bastante alto, ya que las enfermedades que éstos portaban se cobraron, en cantidad de vidas, a una buena parte de la población existente hasta que finalmente consiguieron inmunizarse. Incluso se siguieron pagando cuotas de ese costo mucho tiempo después y en otro continente.
Me resulta imposible dejar de sospechar que si a este motivo le sumamos el de la supersticiosa demonización animal que mencioné anteriormente, no sería extraño encontrarnos con la razón por la cual gran parte de la raza humana, sin ser necesario, inició una arremetida tan feroz y a largo plazo contra una gran cantidad de especies, en algunos casos, llevándolas prácticamente hasta su extinción.
Ahora bien ¿qué pasa con todo esto en nuestros días? Podemos decir en términos generales que le perdimos el miedo a los animales, y digo en términos generales ya que obviamente no hay mucha gente que no trate de evitar a un animal peligroso en situaciones particulares. Se puede decir también, por más que aún falte mucho consenso, que desde hace unos años hay serias intenciones de adoptar con respecto a ellos una actitud proteccionista. Sin duda dicha actitud surge, y es relevante aclararlo, a partir de un cambio de mentalidad producto de la observación, el estudio y el conocimiento. Los que hoy atentan poniendo en riesgo la existencia de una especie, en su mayoría, lo hacen por deporte o por razones exclusivamente comerciales.
Con respecto a los animales subproductos de nuestra imaginación, los monstruos, hoy en día los adultos descreemos casi completamente, sólo solemos revivirlos en el cine sintiendo cierta nostalgia por aquel miedo perdido que experimentamos en la infancia. Los chicos en cambio aún le siguen teniendo terror, no es raro que en la información genética que reciben haya un asterisco a pie de página que aclare que en la situación que imaginamos al principio, cuando un animal salvaje ataca, si tiene para elegir (perspectiva intencional), siempre opta por las crías y los enfermos por su debilidad.
Volviendo a los adultos modernos. Hace ya muchísimos años, los monstruos empezaron a tener competencia en su tarea de atemorizar a la gente Se trata de unas criaturas que la imaginación de las personas empezó a moldear a partir de otro tipo de animal, esta vez de uno muy especial: el Hombre. Conocidos con nombres tales como fantasmas, espectros, apariciones, ánimas, espíritus, etc. Están constituidos básicamente de ese “algo” que la mayor parte de la gente cree que los diferencia del resto de los animales. (No, no es el cerebro, dije la mayor parte de la gente), éstos la suelen llamar alma. Supuestamente luego que alguien muere, si la persona viva de su entorno considera que las condiciones de su muerte fueron injustas, o bien, si suponen que les quedó algo pendiente por decir o hacer, entonces éste se le aparece, ya sea de forma imperceptible a la vista o con la apariencia física que tenían en vida pero algo difusa. Sinceramente creo que son pocas las personas que realmente perciben este tipo de alucinaciones, pero hay mucha más gente de la que imaginamos que cree que estas cosas son factibles y le teme, por más que nunca las hayan experimentado y por más que no siempre lo admitan públicamente.

Entonces ¿Por qué habrá surgido esta nueva incorporación entre los miedos de los adultos?
Es claro que desde el difuso principio de la humanidad los hombres se mataron entre sí, pero a medida que éstos se empezaron a concentrar en comunidades, a constituirse en grupos más grandes y a alejarse de la vida salvaje, es evidente que los enfrentamientos y las matanzas se acrecentaron en número, de manera más organizada y sistemática. Esto nos puede brindar una pista de cuál es el motivo por el cual empezó lentamente a modificarse el patrón subjetivo o representativo de nuestros miedos. Mucho antes que Hobbes diga aquella famosa frase, ya el hombre se había transformado en el lobo del hombre.
Los miedos humanos son como una muñeca rusa, los más pequeños se ocultan dentro de uno cada vez más grande, resultando el mayor y último, el miedo a la muerte. Este es el mecanismo de alarma que tiene nuestro cerebro (bastante sofisticado) para ponernos en alerta de un peligro en distintos niveles, a diferencia del que poseen otros animales que es algo más básico.
Todos sabemos que esta diferencia crucial consiste en que las personas somos concientes de lo inevitable que es la muerte, así y todo seguimos desesperadamente tratando de evitarla a toda costa.
Para aproximarme a donde quiero llegar la pregunta que resta hacerme es la siguiente:
¿A dónde quiero llegar con todo esto y cómo se relaciona?
Lo primero que debo decir es que si adoptamos de una vez por todas, el pensamiento evolutivo y tomamos real conciencia de que las características de nuestro comportamiento actual son producto de un extenso camino recorrido, éste inmediatamente se despeja y se hace más transitable lo que nos queda por andar.
Vimos como nuestros temores nos sirvieron para subsistir en un principio pero luego también vimos sus implicancias por no contar con una noción de equilibrio. Hoy sabemos perfectamente que si un par de determinadas especies de animales se extinguiesen se rompe un ciclo, y como consecuencia podemos vernos en serios problemas o bien correr la misma suerte. La diferencia fundamental es que ahora contamos con esa noción de equilibrio y empezamos a trabajar en ello, por más que aún no utilicemos todo el potencial con el que contamos, nos tiene que servir como ejemplo para que no pase lo mismo con nuestro relativamente nuevo enemigo. Para esto considero más que imprescindible que nos demos cuenta y descartemos lo que, por experiencia, ya demostró resultar más que prescindible. Con este juego de palabras quiero decir que el dios que conocemos, no sólo que ya no es necesario, sino que hoy nos perjudica. La idea de una forma de vida después de la muerte no puede ser cierta. Si así fuera ¿Cómo es posible que, a través de la cultura, todos nuestros instintos se fueran modificando, mientras que el miedo a la muerte o instinto de supervivencia aún continúe intacto? Se modificó nuestra alimentación, se modificó nuestra reproducción, se modificó nuestro lenguaje, se modificó nuestra forma de relacionarnos, y hasta irónicamente, se modificaron evolutivamente algunas de aquellas bestias que nos atacaban y hoy nos traen el periódico entre los dientes alegremente y moviendo la cola!! Pero seguimos temiendo a la muerte... Con garantías tan sólidas como las que brinda cualquier religión para esas instancias post mortem ¿por qué después de tanto tiempo seguimos sin adaptarnos y la evitamos desesperadamente sin entregarnos mansamente a sus beneficios? La mayor habilidad que tenemos las personas es nuestra intuición y es ahí donde se oculta la respuesta. En lo más íntimo de cada una de nuestras células está escrito que este concepto no puede ser cierto. A quien se valga de esta habilidad intuitiva que menciono para argumentar la existencia de un dios, ya que en sus miles de variantes, un ente superior constituye uno de los universales comunes a todas las razas de nuestra especie, permítame decirle, que lo más factible es que esto no se trate de otra cosa más que del objetivo de la presunción humana. Nos gusta saber todo, nos gusta estar en todas partes, nos gusta también la idea de eternidad, y por más que todavía nos cueste aplicarla, al menos a la hora de hablar, a todos nos gusta la bondad como ideal.
De hecho está muy claro que a través de la tecnología hacia ahí nos dirigimos, tenemos indicadores tales como Google Earth cada vez con más cámaras en las esquinas de cualquier lugar del mundo, Internet con información accesible para adquirir todo tipo de conocimiento, científicos investigando las enfermedades para alargar la expectativas de vida, las intenciones políticas de un mundo más pacífico, eliminando de a poco el racismo, el sexismo y esperemos en breve alcancen al hambre y la pobreza.
Entonces me podrán decir: aaah entonces dios es útil, nos guía en nuestro camino. Sí, si ya sé, el dios que siempre se justifica está por delante de todo y es indiscutible, pero da la casualidad que la mayor parte de los hombres que fundaron los pilares de lo que hoy llamamos progreso fueron justamente los que prescindieron de la idea de su existencia.
Para resumir esta idea, nada más claro y más simple que la frase de Carl Sagan:
“Podemos rezar por una víctima del cólera o podemos darle quinientos miligramos de tetraciclina cada doce horas.”
Por que razón dios habrá querido que en la época preagrícola de cazadores-recolectores el promedio de vida sea de veinte a treinta años, la misma que en el fin de la edad media romana (épocas oscuras para la ciencia y de luz para la iglesia). No aumentó a cuarenta años hasta alrededor de 1870, a cincuenta en 1915, a sesenta en 1930, setenta en 1955 y ochenta en nuestro días. ¿Qué extraño capricho no? ¿O será que nuestro innato temor a la muerte, valiéndose del conocimiento, quiere retrasar al máximo posible la entrada a un paraíso soñado?
Hoy de nada nos sirve aferrarnos al consuelo corto de afirmar que sin eternidad la vida no tiene sentido, por la simple razón que hoy también sabemos que el altruismo es más útil que el egoísmo, la mejor forma que tenemos de aplicarlo es la que ya quedó demostrada con el tiempo, la de adquirir conocimiento y transmitirlo a nuestros hijos.
Que el calendario cristiano, aceptado globalmente, nos sirva como metáfora para tomar conciencia que acabamos de cumplir 21, ya somos grandes, ya no dependemos del padre nuestro que nos dice que es lo que está bien o está mal, tenemos la posibilidad de salir a recorrer y descubrir el mundo que nos rodea, es este el momento de asumir la responsabilidad de hacernos cargo de nosotros mismos y definir hacia donde vamos porque de ello depende la continuidad de nuestra existencia.
No desaprovechemos la oportunidad. A la muerte, de momento, le vamos a seguir teniendo el mismo miedo que en un principio y al igual que en el principio seguimos teniendo tres opciones: quedar paralizados, salir corriendo o tener la valentía de enfrentarnos a su fantasma. No se cuál es la actitud que, a día de hoy, prefieren tomar ustedes...
saludos!!

Juan Carlos

7 comentarios:

Lola - Aprendiz dijo...

"La muerte segura de su victoria te da toda una vida de ventaja".
Magnifico Blog el tuyo, te seguiré...

Juan Carlos Alonso dijo...

Gracias!!siempre un nuevo pecado es bienvenido..

S.Jarré dijo...

Impecable tu artículo estimado Juan Carlos. Leí el enlace en RazónAtea y en verdad debo felicitarte. Además, me encantó el diseño estructural de tu website, el logo de header, la animación de la evolución al costado.

Te voy a añadir a mis favoritos ya mismo.

Un abrazo!

Juan Carlos Alonso dijo...

Gracias Sebastian!!
Las felicitaciones son estimulantes,
visité tu página y veo que tu trabajo e intención es por demás interesante.Estamos en contacto
Saludos!!

mendez dijo...

me parece genial, pero...yo creo que en ese pasado lejano habia gente que tenia miedo y gente que no..evidentemente murieron los que no tenian miedo, por tanto los que quedaron (con miedo) fueron procreando y creando personas con ese mismo miedo. Pero yo no veo por ningún lugar algúna frase que me diga que dios no existe, como quieres que dejaramos de tener miedo a la muerte, si el instinto es algo que se pasa genéticamente, y un muerto, evidentemente no puede reproducirse. La mítica frase del médico no creo que signifique mucho mas alla que eso, es decir, que no creo que ciencia y fe deban ir por caminos separados obligatoriamente. "En mi mundo creado por mí" (entre muchas comillas) si dios existe no veo la razón por la que le tengamos que importarle...es decir que vivamos 20 años, 40 o 200.No le acabo de ver la relación...
Gracias por ese articulo

Juan Carlos Alonso dijo...

Hola Mendez bienvenido al bolog y gracias por tus comentarios.
Obviamente que nadie sobre la Tierra puede argumentar de momento la inexistencia de un dios, y mucho emnos esa era la intención de esta refleción, por eso es que use la palabra superfluo en el encabezado con el propósito sí de explicar por qué me parece que hoy ya va siendo innecesario.
En mi opinión ciencia y fe no pueden ir de la mano por que semanticamente son mecanismos opuestos, o sea fe es crrer en algo por que si y ciencia es creer en algo por tal y tal cosa hasta que alguien demuestre lo contrario,
En el caso que decis si dios existiese que no tendria por que importarles..bárabaro es factible entonces por que deberia importarnos él a nosotros?

saludos!

Anónimo dijo...

Me lo he pasado muy bien pocas veces encuentro reunidas tantas tonterias.