"Porque ha pasado que historia se convierte en palabras,
ha pasado que el mundo se convierte en palabras,
ha pasado que todo se convierte en palabras,
palabras, palabras, palabras a granel."
-Silvio Rodríguez-
Hoy les traemos en ésta, nuestra sección Adarme divulgación, el fragmento del excelente libro de Susan Blackmore, que se complementa con el publicado anteriormente ¿Por qué no podemos dejar de pensar? tal cual nos habíamos comprometido. Espero sirva para discernir estas cuestiones.
Sludos
Juan Carlos
¿POR QUÉ HABLAMOS TANTO?

Un aficionado a la alta fidelidad sabe bien cuánta energía se precisa para tener unos buenos amplificadores conectados al equipo de música y lo caro que resulta un sistema de sonido de alta calidad y volumen.
Por otra parte, si se dispone únicamente de un aparato de radio de poca monta con control analógico, es necesario dar muchas vueltas al dial para mantener un volumen y una sintonía ajustados, con lo cual se consume mucha energía.
Este enorme dispendio de energía es bastante chocante. Los humanos debemos trabajar mucho para costearnos toda la energía que consumimos y, por otro lado, una utilización racional de la energía representa un factor crítico de supervivencia. Si podemos componérnoslas para gasta menos energía que el vecino, es muy probable que en épocas de restricción sepamos apañarnos mejor que él ya sea para encontrar alimentos que escasean o para aparearnos con el candidato más solicitado y, a la sazón, trasmitir nuestros genes. Así las cosas, ¿Por qué la evolución habrá producido unas criaturas que hablan en cuanto tienen la oportunidad?
Se me ocurren varias respuestas. Para empezar, es posible que a fin de cuentas exista una explicación biológica coherente. Hablar puede tener una función importante que desconozco. Quizás sirva para consolidar relaciones sociales o para intercambiar informaciones útiles. Más adelante me dedicaré a pensar en ello.
En segundo lugar, los sociobiólogos podrían argumentar que con la evolución del lenguaje, la cultura se ha descarriado si quiera temporalmente y que el aspecto cultural del habla ha alcanzado unos límites algo insólitos. Sin embargo, si el acto de hablar significa realmente un desgaste de valiosa energía, quiere decirse que los genes de las personas que más hablan serán menos efectivos y, a la larga, recobrarán el control perdido.
En tercer lugar, uno psicólogo evolutivo podría argumentar que todos estos actos de habla representaron una ventaja para nuestros antepasados y que ahora debemos aceptar las cosas como están aunque ya no nos reporten beneficio alguno. De ser así, deberíamos buscar los orígenes en la biografía de nuestros primeros cazadores/ recolectores.

El nexo común de todas estas sugerencias es que todas se refieren a la ventaja genética para encontrar una explicación. La memética enfoca la cuestión de forma radicalmente distinta. En lugar de buscar las ventajas que puede aportar el habla a la genética, su objeto es descubrir los beneficios que representa para la memética. La respuesta es evidente: Hablar propaga memes. Dicho de otra manera, si hablamos tanto no es para beneficiar a nuestros genes sino para propagar nuestros memes.
Analizaremos en detalle tres de las diversas formas de las que sirve la memética para ejercer presión sobre el cerebro humano y así mantenernos en el uso del habla.
En primer lugar, puesto que el acto de hablar es una forma segura de propagación de memes, (en general) se copiarán más a menudo los que se trasmiten mediante el habla. Se trata del tipo de meme que hará crecer el fondo memético y que acabará pro hacernos hablar a todos abundantemente. Este argumento es similar al que utilicé anteriormente al referirme al hábito de pensar y la teoría de las malas hierbas. El silencio es como un hermoso parterre cuyas flores adornan brevemente el césped pero que pronto se ve invadido por las malas hierbas. Un ser humano silencioso es una máquina reproductora en ciernes, que sólo espera ser puesta en marcha. El cerebro humano está repleto de ideas, de recuerdos y de pensamientos que buscan ser compartidos y de acciones por ejecutar; el ámbito social está lleno de nuevos memes que se crean, se propagan y compiten para ser adoptados y posteriormente trasmitidos. No obstante, el ser humano es incapaz de hablar todos los memes disponibles y la competencia es muy fuerte para los memes que buscan aposentarse en nuestras cuerdas vocales, de la misma manera que las malas hierbas compiten con las flores. Es tan difícil guardar silencio como arrancar malas hierbas.
¿Qué memes ganarán la competición y se instalaran en nuestras voces? Quizás encontremos respuestas en nuestro familiar postulado: Imaginemos un mundo lleno de cerebros, con muchos más memes de los que puedan encontrar alojamiento. ¿Qué memes tienen más probabilidades de conseguir un hogar seguro y de reproducirse?
Ciertos memes se dicen muy fácilmente o bien son muy persuasivos y se trasmiten con soltura. Me refiero por ejemplo a noticias escandalosas, cotilleos, historias de terror, noticias agradables e instrucciones útiles. Se trata de memes que están diciendo:
<< ¡Transmíteme!>>, por razones tanto biológicas como psicológicas. Es probable que se relacionen con temas sexuales, de cohesión social, de impacto o de seguridad.
También cabe la posibilidad de que la sociedad los transmita por mor de conformar con las normas, de ser más aceptada o de compartir sorpresas y lágrimas con sus congéneres. Cabe que la información transferida sea de un interés genuino para el receptor. Sin lugar a dudas disponemos de los elementos para analizar todos estos motivos (que es justamente el trabajo que efectúan los psicólogos), pero esta no es la tarea que ocupa mi argumento memético actual y por esa razón descarto su estudio. Se trata de establecer que tenemos muchas menos probabilidades de transmitir una noticia sobre el estado de salud de los rosales del jardín del vecino, que un rumor sobre lo que estaba haciendo detrás de ellos. Los memes del tipo ¡Transmíteme! Son, en efecto, muy transmisibles y los seres humanos tendemos a infectarnos de ellos.
En 1997, la noticia de que la princesa Diana de Gales había muerto se transmitió a la velocidad del rayo por todo el mundo cuando sólo hace unos minutos que se había anunciado. Todos y cada uno nos apresuramos a comunicárselo a alguien que aún no lo sabía. Yo también lo hice.

Lo cual no significa que el silencio sea imposible. Simplemente, es poco frecuente y precisa de un reglamento especial para ponerlo en práctica contra la tendencia memética natural de hablar sin cesar. Estos reglamentos son evidentes en las bibliotecas, en las escuelas, en cines y teatros e incluso en ciertos medios de transporte y, aunque el público se esfuerce por obedecer, en muchos casos resulta casi imposible. El voto de silencio es tremendamente difícil de cumplir y ello se pone de manifiesto, por ejemplo, durante los retiros espirituales, por breves que sean. El meme del silencio va a contracorrientes.
Este hecho nos sugiere otra aproximación bien distinta, relacionada con la praxis y el reglamento social del habla. Comparemos una vez más dos tipos de memes. Supongamos que existen unas instrucciones que nos incitan a hablar mucho. Dichas normas pueden adoptar modalidades muy diversas; recordemos por ejemplo que el silencio prolongado ante la presencia de otros resulta embarazoso o la obligación de conversar por simples motivos de educación o para entretener a nuestros invitados. Acto seguido, imaginemos que también exigen unas normas que nos incitan al silencio porque aducen que la conversación intrascendente no tiene sentido, o porque se considera educado o incluso porque tienen valores espirituales. ¿Qué instrucciones tienen más probabilidad de prosperar? Creo que el primer grupo y que los individuos adscritos al mismo hablarán más y, con ello, sus mensajes se repetirán con mayor frecuencia, se oirán más a menudo y por ende tienen más probabilidades de ser captados por terceros.
Si mi conclusión no parece plausible a primera vista, recreemos la situación del modo siguiente: imaginemos que un centenar de personas han sido adiestrados en la conducta del primer tipo ( “deberíais ser educados y conversar con vuestros invitados”) y que otros tantos individuos han aprendido la segunda modalidad (“sólo hablará cuando se considere que la educación así lo exige”). El primer grupo hablará, porque dispone del meme necesario que le permite tomar la palabra siempre que pueda. El segundo grupo se mantendrá silencioso. Si los habladores se encuentran con habladores, hablarán. Si los callados se encuentran con callados, no hablarán. La combinación más interesante la representa el grupo de habladores cuando se encuentra ante un grupo de callados porque cabe la posibilidad de que ninguno de los dos cambie su tesitura pero, de hacerlo, se establece un desequilibrio evidente. Un hablador, hablará y, directa o indirectamente, sugerirá que se debe hablar porque las normas de educación suscitan la conversación, o porque es divertido hacerlo o incluso porque es necesario. Ante esta tesitura, es posible que el callado se decida a hablar. Sin embargo, el proceso inverso no suele suceder casi nunca. Un tipo silencioso puede musitar de vez en cuando: <<>> o incluso << ¿podría usted callarse?>>, pero hablará poco, por definición.
Precisamente por este motivo, logrará poco conversos. Es posible que los memes tan singularmente explícitos no abunden, pero existen ejemplos notables como aquel de una compañía telefónica británica cuyo slogan reza: “Hablar es bueno” o bien el antiguo proverbio” el silencio es oro”. La mimética debería ayudarnos a comprender por qué razones el lenguaje debe continuar transmitiéndose, además de enseñarnos que algunos entornos selectivos propician la implementación del infrecuente reglamento del silencio.

Finalmente, otro modo de interpretar la presión memética para incitar el habla se efectúa mediante el análisis de memes en grupo o memeplex y, a la sazón, de tipos de individuos cuya probabilidad de generarlos y transmitirlos es mayor. Los memes que prosperan en el entorno de una persona parlanchina (y que contribuye a que dicha persona sea así) son distintos de los que maneja una persona silenciosa. Por definición, la primera hablará más y, por lo tanto, dará a sus memes una mayor oportunidad de propagarse. Cuando otra persona parlanchina oiga a la anterior, recogerá sus ideas y las transmitirá, a su vez, a una tercera. La persona silenciosa habla poco y sus memes compatibles tendrán menor ocasión de propagarse, debido, a su naturaleza poco dada a explayarse. No cabe la menor duda de que las personas muy proclives a hablar pueden ser irritantes y las calladas, tremendamente fascinantes, pero ella no altera el desequilibrio básico, el resultado inevitable que dicta que los memes para hablar o los que coexisten felizmente junto a los memes que hablan, están destinados a aumentar el fondo memético a expensas de los memes de quienes callan.
Todos estos argumentos meméticos representan parte de un conjunto que aspira a desembocar en unos efectos idénticos. De ser correctos, significaría que el mismo fondo memético se va llenando de memes que fomentan el habla. Todos nos cruzamos en su camino y es por este motivo por el que hablamos tanto. No hablamos para beneficio nuestro ni porque ello nos haga más felices, aunque a veces pueda ser así, ni para el de nuestros genes. Se trata de una consecuencia ineludible de tener un cerebro que es capaz de imitar el habla.
Lo cual nos lleva directamente a nuestros dos postulados principales: Como y por qué se inició el procesos del habla en los humanos. [...]
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