"La muerte, madre y consejo, rompe a afilar la guadaña, me alza la voz, me regaña porque no espero a ser viejo.Traspasando su entrecejo llego al fondo del secreto. Y con crecido respeto veo cómo se deslizan dos lágrimas por las lisas mejillas de su esqueleto."
-Silvio Rodríguez-
UNA IDEA MÁS ÚTIL A LA HORA DE ASUMIR LA MUERTE (Segunda y última parte)

Este tipo de respuestas son las escuchaba normalmente al hacer la segunda pregunta que mencioné anteriormente, y todas apuntan a la idea de eternidad a manera de consuelo. Pero ¿Alcanza para consolarnos el sólo hecho de basar esta idea en la continuidad?
Si pensamos en el ejemplo de la reencarnación podemos preguntarnos ¿Qué gracia tiene reencarnarse en otra persona si no se tiene conciencia de ello? o ¿Cuál es la ventaja de creer reencarnarse en un perro si ni siquiera tiene conciencia de ser perro? Evidentemente no resulta demasiado consoladora la sola idea de continuar y debe ser por eso que no es demasiada gente la que la adopta. Si analizamos las opciones más aceptadas ampliamente, que son las religiosas, nos damos cuenta que la perpetuidad está necesariamente complementada con otros valores que las personas consideramos importantes, tales como resultan ser la felicidad, la paz o el bienestar.
Me resulta sumamente curioso y útil, al intentar desmenuzar esta cuestión, ver la actitud dubitativa o contrariada que surge en quienes creen en este tipo de cosas ante preguntas tales como ¿Te gustaría vivir tu vida -tal cual es- eternamente? O bien ¿Tomarías un pastilla de las del tipo Un mundo feliz, en caso que la ciencia diera con la fórmula? Generalmente, en la primera muchos dudan en un primer momento, para luego decir que no, mientras que en la segunda suelen responder automática y enfáticamente que no ¡A quién se le ocurre semejante cosa! Aunque, por otro lado, no tienen demasiado problema en recurrir a la química a la hora de dormir o de calmar ansiedades. De esto podemos deducir que una vida eterna y humana, alternando alegrías, momentos neutros, y tristezas no es algo deseado; lo mismo que no se desea una vida feliz inducida por otra persona en forma artificial, pero sí se acepta con gusto una vida espiritual, eterna y feliz, autorizada por una entidad divina en forma ¿natural?
Con estos conceptos contradictorios en juego, lo que podemos advertir con claridad, es que con lo que se está lidiando en realidad, es con lo que llamamos una utopía. Para ser aún más claro, bien sabemos que asuntos como la eternidad, la felicidad o la paz constantes, son utópicos; vivimos esforzándonos para alcanzarlos, y por más que se han logrado algunos avances con el correr de los años, y sobre todo en los últimos, siempre van un paso más adelante ¿Y qué hace la mayoría de las personas entonces?

Se conforma con el consuelo de hacerlos realidad de manera ilusoria para cuando se mueran. Esto, como dije al principio, a mí no me sirve ni un poco.
Considerar especialmente este punto, fue lo que me llevó a reflexionar sobre el tema y ver si de alguna manera podía hallar algo, que aparte de resultar reconfortante (por más que no deje de ser un consuelo) sea estrictamente realista y también resulte definitivamente más útil para los momentos en que pensamos en ello.
No es muy difícil encontrarlo si nos hacemos la siguiente pregunta ¿Cuál es otro de los importantes valores humanos que constantemente perseguimos y nunca terminamos de alcanzar?
La respuesta casi que surge por sí sola ante nosotros:
LA LIBERTAD.
Sin dudas, la libertad es uno de los anhelos más altamente valuados por el hombre, y mucho es lo que se ha luchado y lo que se sigue luchando por ella, sin embargo, ya va siendo más que necesario que asumamos de una vez cuál es la medida justa en que las personas podemos tener acceso a ella, sin que esto tergiverse el sentido de tal premisa y se utilice para coartarla.
Por más que no nos guste decirlo, debemos reconocer que nunca podemos ser tan libres como “supuestamente” quisiéramos. Entre las utopías mencionadas, la libertad, tal vez sea la más utópica de todas.
Si consideramos tanto la paz como la felicidad o el bienestar, por más que resulten inalcanzables en cuanto a una continuidad prolongada en el tiempo, al menos por lapsos cortos podemos experimentarlas (y bastante seguido). En cambio a la libertad propiamente dicha jamás podemos tener acceso, ni siquiera por una millonésima fracción de segundo. Siempre estamos limitados por algo que nos impide se enteramente libres, ya sea por cuestiones biológicas, como así también, por cuestiones culturales y/o meméticas.
No contamos, sólo por poner un ejemplo, con la libertad de mantenernos con vida sin ser, literalmente, parásitos de las plantas y depender del oxígeno que nos brindan. Tampoco somos libres de hacer lo que queramos, no sólo en relación a lo más comprensible, que es al relacionarnos con otras personas para convivir en sociedad, sino que tampoco lo somos, en muchos casos, en lo que depende de nosotros mismos.
La realidad nos dice que tenemos cierta libertad en lo que respecta a la hora de tomar algunas decisiones y no mucho más. El sólo hecho de ser concientes que nuestras acciones tienen consecuencias, y muchas de ellas las podemos predecir, ya nos limita tremendamente y de manera categórica.
Muchas veces, de manera algo ingenua, tendemos a relacionar el vuelo con la libertad; la imagen de del espacio abierto, del desplazamiento raudo por el mismo en la dirección que se nos ocurra nos da esa sublime sensación; como si la realidad no nos demuestre, que para poder hacerlo, necesitamos depender de un par de alas que nos sustenten, de una costosa energía que nos impulse o de estar limitados por ciertas reglas naturales, que de incumplirlas, nos precipitaríamos como una bola de hierro a tierra.
Mencioné esta analogía, que tan bellamente suele funcionar cuando hacemos poesía, porque también suele estar íntimamente ligada a los consuelos que las religiones, de manera igual de bella, ofrecen a sus fieles mortales. El alma o el espíritu ascienden al cielo donde gozan de eterna libertad.
Cuando tenía nueve años, en esta misma habitación en la que estoy sentado escribiendo ahora, a unos escasos 80 cm. de mi espalda, estábamos velando el cuerpo de mi abuelo fallecido.
En ese entonces, mi abuela me decía que su alma iba a estar cuidando de mí desde el cielo. Bueno, era un chico, empezaba a desconfiar un poco de esas cuestiones, pero era aún sólo era un chico…
Lo que sinceramente me resulta increíble es que a día de hoy, gente adulta siga creyendo en estas cosas sin hacerse preguntas tan sencillas como ¿Dónde esta la libertad celestial si tenemos que andar velando por nuestros seres queridos hasta cuando van al baño? O ¿Cómo podemos ser felices eternamente si somos testigos desde el cielo del sufrimiento terrenal que eventualmente padecen nuestros seres queridos?
Tristemente, entrado el siglo XXI, época en la que ya se vislumbra la definitiva puesta en evidencia y aceptación del yo como un mecanismo ilusorio de nuestro cerebro; aún infinidad de gentes siguen creyendo en la existencia del espíritu o el alma.

Sin ánimos de ofender a nadie, permítaseme decir que hoy no nos podemos dar el lujo de creer en cosas de las cuales no tenemos ni la más mínima evidencia, al menos si ni siquiera nos tomamos el trabajo de intentar encontrarla. Es necesario de manera urgente tomar conciencia en forma más generalizada que esas, son antiquísimas ideas que se utilizaron y se aprovecharon para controlar a la gente y que a la gente le resultaban útiles porque se sabía muy poco o, directamente nada en comparación a lo que sabemos hoy del funcionamiento de nuestro cerebro. Sus imperativas premisas doctrinarias lo dicen sin tapujos en la voz de una serpiente “El día que comiereis de él [árbol] serán abiertos vuestros ojos y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal”.
El hecho de decir yo creo, y con eso es suficiente como certeza, por más que la cantidad de “yoes” sea inmensa y mayoritaria, es una clara actitud egoísta, lo que no quiere decir que se trate de personas egoístas en otros aspectos de su vida; pero sí en este. Y la idea de una continuidad eterna del alma, que en este caso es prácticamente indistinguible del yo, lo pone claramente en evidencia. “Yo no puedo dejar de existir”
Si la humildad es otro de lo valores que perseguimos, sería bueno que al menos lo intentemos, ella está mucho más a nuestro alcance incluso que las otras utopías. Nuestra oportunidad es mientras estamos vivos; como así también, el ser lo más felices, lo más pacíficos y lo más libres que podamos a los largo del tiempo que tengamos para experimentarlo.
Acá es donde, si contraponemos las formas de responder a la pregunta, al comienzo formulada, pueden develarse importantes diferencias en la actitud con la que encaramos nuestras vidas. Si pensamos que al morir vamos a continuar existiendo de una manera ciertamente conciente, y encima ideal, en cuanto a lo que a sentimientos respecta; es posible que aunque sea en una proporción, por mínima que fuere en algunos casos, ésta actitud, puede influir de manera directa en que no invirtamos todos nuestros esfuerzos posibles en intentar conseguir acercase a esos ideales a lo largo de nuestras vidas. Total, lo bueno viene después, lo mejor está a partir del principio del fin. Mientras tanto, pasamos nuestros días adjudicándonos culpas de manera casi constante, y todo por no haber sido como a alguien se le ocurrió que teníamos que ser, y tuvo la brillante idea de comunicárnoslo a través de nuestros miedos. Pero bueno, el sufrimiento en vida luego, supuestamente, es compensado, ahora dediquémonos sólo a quejarnos y a distraernos: la humanidad es un desastre, la gente es mala y no merece, todo lo destruye, ¡No aprendimos nada!…ya Dios nos va a volver a castigar otra vez. Está escrito
¿O es que algo sí aprendimos?
Si pensamos, en cambio, como ya mucha gente esta pensando -o al menos ahora lo pueden decir sin que se la den por la cabeza- que en el último suspiro se nos fue la vida y eso es todo; es muy posible que nos demos cuenta que, contrariamente a lo que supone mucha gente, en lugar de que todo es un sinsentido vacío de propósito, en realidad se trate de que, justamente, el sólo hecho de vivir y saber que es la única oportunidad, sea el propio fundamento del sentido o el propósito.
De esta manera es mucho más probable que intentemos aprovechar al máximo cada momento, sin dejar de ser concientes que a veces las cosas las hacemos bien y a veces mal y que en general no somos ni tan buenos ni tan malos.
En gran medida, quienes empezaron a verlo de este modo, justamente fueron los que consiguieron lo mayores avances de los cuales hoy todos somos beneficiarios. Con esto, por su puesto, no quiero decir que los únicos, pero si una gran cantidad, y sobre todo en nuestros días. Hoy sabemos de donde venimos y gracias a eso nos empezamos a entender un poco más a nosotros mismos, más o menos estamos empezando a tener idea que lo bueno y lo malo de nosotros tiene sus raíces lógicas y biológicas
También sabemos los errores que cometimos y los que seguimos cometiendo, y también predecimos cuáles son los posibles problemas que se avecinan y empezamos a imaginar en cómo tratar de solucionarlos.
Si nosotros pensamos que la vida es única y es esta, y que tenemos la casi infinita suerte de haber nacido y que somos una posibilidad que resultó favorecida entre otras casi infinitas que no lo fueron, es muy posible que tomemos real conciencia de lo que eso significa, y por ende actuemos en consecuencia.
Nietzche, al contrario de la finitud, tenía su teoría del eterno retorno, la que planteaba, grosso modo, que nuestra vida se repite eternamente tal cual fue, una y otra vez, como un espiral infinito. Esta teoría no la considero plausible como tal, sin embargo sí me parece, que resulta un excelente ejercicio imaginativo para, en caso que no tengamos costumbre de hacerlo, replantearnos la manera en que estamos viviendo nuestras vidas y tal vez, si es necesario, generar algunos cambios.
En resumen, hoy en día, la ciencia, mayoritariamente posee este tipo de pensamiento, mientras que la religión, en su rol de “padre” que sabe lo que no nosotros no sabemos, posee el descrito anteriormente. Muchos pueden ver a la ciencia también como a un “padre”, que sabe los que nosotros no sabemos y que se dedica a regalarnos juguetes tecnológicos a todos aquellos que nos dedicamos a otras tareas y nos resulta difícil entenderla.
¡Ojo! Porque, en el fondo bien sabemos que no sólo ese eso.
Un presidente argentino, en un discurso hace años y ante un país entero, enérgicamente dijo: “Con la democracia, se come, se cura y se educa“
Bueno, yo digo que la democracia debe ser la herramienta que nos sirva para votar a políticos que tenga la “humildad” de reconocer que si vamos a la raíz, es la ciencia la que en realidad nos alimenta, nos cura y nos enseña. Y no sólo eso, es también la que en el futuro, llegado el caso, llevará a nuestro linaje a mundos más seguros.
Pero para poder conseguir esto, somos nosotros mismos los que primero tenemos que hacernos de esa humildad y empezar a reconocerlo.
Con esto, obviamente, no pretendo endiosar a la ciencia ni que nos tengamos que arrodillar ante ella. Eso aparte de carecer de sentido, sería inútil, porque ella se autorregula en forma independiente; pero sí pretendo remarcar lo importante que resulta hoy que le brindemos una mayor atención y un mayor apoyo desde nuestros lugares en la medida que nos sea posible.
Ciencia y religión.
Es evidente que ambos magisterios, nunca se pueden pisar, si nos damos cuenta, que en el fondo, uno prioriza la vida, mientras que el otro prioriza la muerte.
Para finalizar, sólo me resta decir, que si a esta idea de auténtica libertad en la muerte, la queremos apuntalar con nostálgicas y bellas ideas de continuidad… y sí…podemos hacerlo, nuestros restos mortales pasarán a formar parte de un proceso en el cual la vida se retroalimenta y los átomos de los que estuvimos compuestos vaya a saber uno de qué otras millones de cosas serán parte. En esencia, por más que sea cierto, esto no es muy diferente a la idea de la reencarnación. En cambio si no nos ponemos nostálgicos y miramos a futuro, esa continuidad biológica la encontramos, como es sabido, en nuestros hijos y no en nosotros mismos. De nosotros sí depende, darle mejores y más útiles herramientas para que puedan ser superadores. También contamos con la continuidad cultural como una realidad, pero debemos considerar que ésta pueda servir para inspirar nuevas ideas y no que se perpetúe como una tradición inmutable.
Si alguno de los pro-psychos de siempre que mencioné al comienzo, llegó a leer hasta aquí, y con una sonrisa ladeada y auto suficiente, concluye para sus adentros que esta reflexión, por más que yo lo niegue, no es más que el producto de una crisis, y que en realidad lo mío es una queja por no haber podido ser lo que había soñado de chico y que por ello -y por mi situación actual-, estoy culpando a mis padres. A ellos simplemente les digo: que cuando dieron una vuelta, yo ya estoy mareado. (Si no advierten la ironía y buscan la literalidad en esta frase popular, añado que estoy en el justo equilibrio y sé perfectamente donde estoy parado)
Los demás por favor sepan disculpar mi insistencia en dejar claro este tema, pasa que ya sabemos cómo funcionan a veces estas cosas, tomamos una etapa que es fantástica para el discernimiento en la cual surgen lógicas dudas, y enseguida la empaquetamos y le ponemos carteles de FRÁGIL, ¡no dude! ¡No piense! ¡Es normal…ya se le pasará! Mientras tanto, tranquilícese, busque algo en que distraerse y duerma tranquilo. Para todo tenemos pastillas.
Otra vez alguien diciéndonos que hacer… no es muy diferente a la adolescencia, sólo que ahora ya estamos más grandecitos y de ninguna manera deberíamos acusar inexperiencia para justificarnos. La poca libertad a la que tenemos acceso en nuestras vidas no me parece nada bueno desperdiciarla de esa manera.
Hay también quien pueda pensar de manera más complaciente y de buen grado, pero no mucho menos autosuficiente ¡Ay éste tipo…otra vez filosofando! Esto lejos está de la filosofía. Ese es otro pensamiento empaquetado, otra de las frases hechas de las que son fácilmente aceptadas por mucha gente, y que sirven como justificación para evitar el ejercicio de pensar sobre ciertas cuestiones, como si esta actividad de mínima reflexión en los temas más profundos, sólo estuviera reservada de manera exclusiva a los filósofos. No dejemos que nos engañen y, sobre todo, no nos engañemos nosotros mismos, esto debe ser, en la medida que nos dé la cabeza a cada uno, una tarea de todos, al menos si queremos, a través del conocimiento, ser más felices y convivir mejor unos con otros.
Si hay algo que me aterra más que la muerte propiamente dicha, es la idea de poder hacer ese repaso final y darme cuenta de que lo único que me voy a perder al estar muerto, es el hecho de dejar de ser parte de un culebrón guionado con mero cotilleo. El cotilleo es parte nuestra, es cierto, somos humanos… pero sería terrible darse cuenta que es a lo único que hemos dedicado nuestro tiempo.
De esta manera es mucho más probable que intentemos aprovechar al máximo cada momento, sin dejar de ser concientes que a veces las cosas las hacemos bien y a veces mal y que en general no somos ni tan buenos ni tan malos.
En gran medida, quienes empezaron a verlo de este modo, justamente fueron los que consiguieron lo mayores avances de los cuales hoy todos somos beneficiarios. Con esto, por su puesto, no quiero decir que los únicos, pero si una gran cantidad, y sobre todo en nuestros días. Hoy sabemos de donde venimos y gracias a eso nos empezamos a entender un poco más a nosotros mismos, más o menos estamos empezando a tener idea que lo bueno y lo malo de nosotros tiene sus raíces lógicas y biológicas
También sabemos los errores que cometimos y los que seguimos cometiendo, y también predecimos cuáles son los posibles problemas que se avecinan y empezamos a imaginar en cómo tratar de solucionarlos.
Si nosotros pensamos que la vida es única y es esta, y que tenemos la casi infinita suerte de haber nacido y que somos una posibilidad que resultó favorecida entre otras casi infinitas que no lo fueron, es muy posible que tomemos real conciencia de lo que eso significa, y por ende actuemos en consecuencia.
Nietzche, al contrario de la finitud, tenía su teoría del eterno retorno, la que planteaba, grosso modo, que nuestra vida se repite eternamente tal cual fue, una y otra vez, como un espiral infinito. Esta teoría no la considero plausible como tal, sin embargo sí me parece, que resulta un excelente ejercicio imaginativo para, en caso que no tengamos costumbre de hacerlo, replantearnos la manera en que estamos viviendo nuestras vidas y tal vez, si es necesario, generar algunos cambios.
En resumen, hoy en día, la ciencia, mayoritariamente posee este tipo de pensamiento, mientras que la religión, en su rol de “padre” que sabe lo que no nosotros no sabemos, posee el descrito anteriormente. Muchos pueden ver a la ciencia también como a un “padre”, que sabe los que nosotros no sabemos y que se dedica a regalarnos juguetes tecnológicos a todos aquellos que nos dedicamos a otras tareas y nos resulta difícil entenderla.
¡Ojo! Porque, en el fondo bien sabemos que no sólo ese eso.
Un presidente argentino, en un discurso hace años y ante un país entero, enérgicamente dijo: “Con la democracia, se come, se cura y se educa“
Bueno, yo digo que la democracia debe ser la herramienta que nos sirva para votar a políticos que tenga la “humildad” de reconocer que si vamos a la raíz, es la ciencia la que en realidad nos alimenta, nos cura y nos enseña. Y no sólo eso, es también la que en el futuro, llegado el caso, llevará a nuestro linaje a mundos más seguros.
Pero para poder conseguir esto, somos nosotros mismos los que primero tenemos que hacernos de esa humildad y empezar a reconocerlo.
Con esto, obviamente, no pretendo endiosar a la ciencia ni que nos tengamos que arrodillar ante ella. Eso aparte de carecer de sentido, sería inútil, porque ella se autorregula en forma independiente; pero sí pretendo remarcar lo importante que resulta hoy que le brindemos una mayor atención y un mayor apoyo desde nuestros lugares en la medida que nos sea posible.
Ciencia y religión.

Para finalizar, sólo me resta decir, que si a esta idea de auténtica libertad en la muerte, la queremos apuntalar con nostálgicas y bellas ideas de continuidad… y sí…podemos hacerlo, nuestros restos mortales pasarán a formar parte de un proceso en el cual la vida se retroalimenta y los átomos de los que estuvimos compuestos vaya a saber uno de qué otras millones de cosas serán parte. En esencia, por más que sea cierto, esto no es muy diferente a la idea de la reencarnación. En cambio si no nos ponemos nostálgicos y miramos a futuro, esa continuidad biológica la encontramos, como es sabido, en nuestros hijos y no en nosotros mismos. De nosotros sí depende, darle mejores y más útiles herramientas para que puedan ser superadores. También contamos con la continuidad cultural como una realidad, pero debemos considerar que ésta pueda servir para inspirar nuevas ideas y no que se perpetúe como una tradición inmutable.
Si alguno de los pro-psychos de siempre que mencioné al comienzo, llegó a leer hasta aquí, y con una sonrisa ladeada y auto suficiente, concluye para sus adentros que esta reflexión, por más que yo lo niegue, no es más que el producto de una crisis, y que en realidad lo mío es una queja por no haber podido ser lo que había soñado de chico y que por ello -y por mi situación actual-, estoy culpando a mis padres. A ellos simplemente les digo: que cuando dieron una vuelta, yo ya estoy mareado. (Si no advierten la ironía y buscan la literalidad en esta frase popular, añado que estoy en el justo equilibrio y sé perfectamente donde estoy parado)
Los demás por favor sepan disculpar mi insistencia en dejar claro este tema, pasa que ya sabemos cómo funcionan a veces estas cosas, tomamos una etapa que es fantástica para el discernimiento en la cual surgen lógicas dudas, y enseguida la empaquetamos y le ponemos carteles de FRÁGIL, ¡no dude! ¡No piense! ¡Es normal…ya se le pasará! Mientras tanto, tranquilícese, busque algo en que distraerse y duerma tranquilo. Para todo tenemos pastillas.
Otra vez alguien diciéndonos que hacer… no es muy diferente a la adolescencia, sólo que ahora ya estamos más grandecitos y de ninguna manera deberíamos acusar inexperiencia para justificarnos. La poca libertad a la que tenemos acceso en nuestras vidas no me parece nada bueno desperdiciarla de esa manera.
Hay también quien pueda pensar de manera más complaciente y de buen grado, pero no mucho menos autosuficiente ¡Ay éste tipo…otra vez filosofando! Esto lejos está de la filosofía. Ese es otro pensamiento empaquetado, otra de las frases hechas de las que son fácilmente aceptadas por mucha gente, y que sirven como justificación para evitar el ejercicio de pensar sobre ciertas cuestiones, como si esta actividad de mínima reflexión en los temas más profundos, sólo estuviera reservada de manera exclusiva a los filósofos. No dejemos que nos engañen y, sobre todo, no nos engañemos nosotros mismos, esto debe ser, en la medida que nos dé la cabeza a cada uno, una tarea de todos, al menos si queremos, a través del conocimiento, ser más felices y convivir mejor unos con otros.
Si hay algo que me aterra más que la muerte propiamente dicha, es la idea de poder hacer ese repaso final y darme cuenta de que lo único que me voy a perder al estar muerto, es el hecho de dejar de ser parte de un culebrón guionado con mero cotilleo. El cotilleo es parte nuestra, es cierto, somos humanos… pero sería terrible darse cuenta que es a lo único que hemos dedicado nuestro tiempo.
Claro que cada uno tiene la "libertad" de pensar y hacer lo que quiere, o bien, de elegir el método que mejor le resulte. Mi intención aquí sólo es develar cuál es el mío, ya que considero mucho más relevante, ir encontrando luz a medida que avanzamos en nuestro recorrido, que andar tanteando a ciegas con la esperanza de encontrarla, de manera ilusoria, justo al final del mismo.
Sigamos temiendo a la muerte, que en cierta medida, eso no es malo. Pero tengamos en cuenta que para ser eternos y absolutamente libres como tanto anhelamos, debemos prescindir de cualquier tipo de anclaje, sobre todo del más fuerte e íntimo de todos, que es nuestra conciencia. Para esto, necesaria e inevitablemente, tenemos que estar muertos.
Esta idea definitivamente me resulta reconfortante, y de paso, debilita llevando a su punto justo y necesario, al mayor de nuestros miedos.
Saludos para todos!
Sigamos temiendo a la muerte, que en cierta medida, eso no es malo. Pero tengamos en cuenta que para ser eternos y absolutamente libres como tanto anhelamos, debemos prescindir de cualquier tipo de anclaje, sobre todo del más fuerte e íntimo de todos, que es nuestra conciencia. Para esto, necesaria e inevitablemente, tenemos que estar muertos.
Esta idea definitivamente me resulta reconfortante, y de paso, debilita llevando a su punto justo y necesario, al mayor de nuestros miedos.
Saludos para todos!
Juan Carlos
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